sábado, 27 de febrero de 2010

El hombre frente al mundo

Cada semana una propuesta en forma de recomendación cinematográfica o simplemente, como diría el magnífico crítico Javier Pérez de Albéniz, una razón para no ver televisión.

Inaugura la sección un clásico de la serie B de los años 50: “El increíble hombre menguante”.

Los que desconozcan la película o simplemente quieran recuperarla, aquí se las dejo:



¡Que la disfruten! (Les aconsejo que la pongan a pantalla completa)

jueves, 25 de febrero de 2010

Aquellos pises trajeron estos barcos




La historia que les traigo hoy se que les va a resultar muy curiosa, lo mismo que la forma en que se gestó.

Leyendo diferentes artículos sobre la 33ª edición de la Copa América, me topé con un uno de ellos que señalaba al magnate Ernesto Bertarelli, dueño del Alinghi, como ex propietario de la multinacional farmacéutica Serono.

Ese nombre enseguida hizo saltar un click en mi cabeza, disparando una asociación de recuerdos. Después de unos breves segundos, hallé la respuesta: Serono era el nombre de la empresa que recogía el pis en nuestro cuartel cuando hice la mili allá por el año 1993.

Sí, sí, han oído bien, los militares de la Escuela de Transmisiones del Ejército del Aire en Cuatro Vientos (Madrid) podíamos, si así lo deseábamos, donar nuestra orina para fines farmacéuticos. La verdad es que esa posibilidad nos sorprendió a todos y comentándolo con familiares y amigos, incluso reclutas de otros cuarteles, nadie conocía una práctica tan singular.

Muchos de los compañeros de reemplazo mostraban suspicacias sobre la finalidad de tal recogida, pensando sobre todo que era una forma de comprobar si había consumo de sustancias prohibidas dentro del cuartel.

Las muestras se obtenían en unos bidones transparentes ubicados al efecto en algunos de los servicios del cuartel, cerca de los urinarios de pié. Esos recipientes de gran tamaño estaban coronados por una especie de cuñas a la altura de la zona propicia para realizar tal menester y eran reemplazados por otros nuevos cuando estaban llenos.

Para mi asombro, intentando corroborar mis recuerdos con San Google, encuentro una serie de noticias de aquella época que hablan de una trama de la orina en el ejército y que informan sobre la implicación de ex altos cargos del PSOE. Informaciones que acabaron llegando a nuestro Parlamento tratando de aclarar esa oscura y singular concesión.

Mucho dinero estaba en juego. Gracias a la donación voluntaria y completamente desinteresada de militares como yo, como consecuencia de una concesión por la cual, en principio, nuestro ejército no percibía ninguna contraprestación, la industria farmacéutica conseguía sintetizar los principios activos de sus costosos tratamientos.

Sin embargo, no sólo la orina de los hombres estaba enriqueciendo a Serono. Sus investigadores habían descubierto que la orina de las mujeres en la menopausia contiene una sustancia natural, la gonadotropina, que se presta para sintetizar un fármaco destinado a luchar contra la infertilidad.

Para disponer de una buena calidad y de grandes cantidades de esta “materia prima”, durante años Serono tomó muestras de orina en los conventos italianos, con el consentimiento del Vaticano. Así, gracias a la contribución de las monjas que hicieron los votos de castidad, la empresa comercializa uno de los primeros medicamentos capaces de estimular la fertilidad.

Pero las italianas no fueron las únicas que colaboraron desinteresadamente con la multinacional, dicho mérito hay que atribuírselo también a las españolas y más concretamente a las madrileñas, como se puede comprobar en esta pregunta en el Senado.

Pues bien, ya estamos de nuevo el presente y aquellas procelosas aguas menores, que Serono consiguió desinteresadamente obtener, han vuelto a nuestro país y más concretamente a Valencia, de la mano del magnate suizo.

Siguiendo de una forma lógica esta sucesión de hechos, me veo obligado irremediablemente a sentirme responsable de que Valencia haya podido disfrutar estas dos últimas ediciones de las regatas de la Copa América.

Nota.- Perdónenme si parte de la entrada les ha parecido algo escatológica, aunque les prevengo que la asociación de ideas que ha desatado en mi memoria me ha traído otro recuerdo de la época, otra curiosidad de la que pronto prometo hablarles aquí.

miércoles, 24 de febrero de 2010

No olviden este cultivo




Ayer, entre lágrimas, mi padre me recordaba la importancia de la amistad. El motivo no era otro que la muerte de su mejor y más viejo amigo. Creo que su dolor provenía no solo de la pérdida en sí, si no, sobre todo, del sentimiento de no haber podido despedirse de él. Hacía mucho tiempo que no se veían, pues las enfermedades de ambos habían ido aplazando un encuentro que, tristemente, ya no se va a poder producir.

Es triste comprobar que a veces tengamos que sufrir acontecimientos como éstos para que valoremos en su justa medida la importancia de cultivar una buena amistad, algo que sinceramente pienso está en el debe de la mayoría de nosotros.

Resulta paradójico que estemos asistiendo al boom de las redes sociales, en las que a través de unos cuantos clicks de ratón hacemos el esfuerzo por reencontrar a un compañero de colegio del que hace 30 años que no habíamos vuelto a saber nada y, sin embargo, no dediquemos mucho menos tiempo a un buen amigo.

Voy un paso más allá, ¿las redes sociales no estarán generando relaciones ficticias?, ¿por qué nos volcamos en ellas y nos olvidamos de las reales?, ¿por qué nos gusta mirar tanto al pasado, en vez de pensar en el presente y en el futuro?

Es curioso comprobar como van cambiando los hábitos. Primero desaparecieron las cartas, luego las felicitaciones navideñas y ahora, hasta las llamadas de teléfono. En la actualidad fomentamos nuestras relaciones a través de correos electrónicos, en los que en la mayoría de las ocasiones nos limitamos a reenviar algún archivo divertido, mensajes al móvil, páginas web, blogs, facebook, twenty...

Ahora mantenerse en contacto es intercambiarse e-mails recíprocamente. Solo después de un tiempo sin recibir un correo de un amigo, sin que actualice su blog o suba nuevas fotos a su red social, te empiezas a preguntar si estará de vacaciones, le habrán echado de la empresa, o tal vez algo peor. Sin embargo, inmediatamente piensas: "me habría mandado un correo para decírmelo (me voy de viaje)", "lo habría explicado en su blog (el jefe me tiene en su punto de mira)", o "habría recibido de algún amigo común un archivo adjunto" (te envío la esquela de Alberto escanedada)".

Así que ya lo saben, visiten a su amigos o, cuando menos, descuelguen el teléfono y hablen con ellos, pregúntenles qué tal les va, cuéntenles sus novedades. Rieguen a menudo esa planta que es la amistad y no la dejen marchitar pues, de lo contrario, se arrepentirán.

viernes, 19 de febrero de 2010

Un canto a la esperanza





Imagen ganadora del prestigioso premio de fotografía de prensa World Press Photo 2010, obra del italiano Pietro Masturzo. La fotografía se tomó en los tejados de Teherán la noche en que la gente gritaba su rechazo a los resultados de las elecciones en Irán y, según los jueces, recoge "el inicio de algo, el inicio de una gran historia".

En tiempos difíciles como los que vivimos, los gritos de protesta de esas mujeres son un canto a la esperanza, una invitación a la acción, a no quedarse con los brazos cruzados. La fotografía parece querer decirnos que hay luz aún siendo de noche, que hay salida...


Una curiosidad.- La anterior imagen que seleccionamos para inaugurar esta sección, ésta, ha sido también la elegida por Juan José Millas en el País Semanal del pasado domingo.

jueves, 18 de febrero de 2010

Galería de recuerdos (III)



¡Quedes cotos y terrenos con güa o sin güa!

No, no se alarmen, todavía no me he vuelto loco ni he conseguido expresarme en otro idioma que no sea el castellano. Simplemente les traigo algunos recuerdos de mi infancia de la mano de aquellos juegos de canicas que nos tenían entretenidos en la calle durante horas y horas. ¡Qué pena me dan los niños de hoy que no pueden disfrutar de los juegos en la calle!

Volvamos a finales de los 70. Varios son los juegos de canicas a los que se podía jugar.

El más simple era "el chiquilín-güa". Se hacía un agujero (gua) en la arena, en aquella época había muchos lugares sin asfaltar, tanto cerca de casa como del colegio, y luego, cada jugador plantaba su bola en un lugar, normalmente ligeramente escondida para que a los rivales les fuera más difícil acertarle: detras de un montículo de arena, detrás de una piedra, etc.

El güa se utilizaba como comodín, es decir, se podía intentar acercar a la bola del rival, pasando primero por el güa; de esta forma, el turno continuaba y se podía atacar mejor a la canica del enemigo. Una vez en el güa se podían pronunciar las palabras mágicas que comenzaban esta entrada y que significaban que en ese momento, el jugador rival tenía que quitar los obstáculos que tapaban su bola para dejarla más expuesta.

El juego consistía en acertar con tu bola a otra de un rival (chiquilín) y luego, inmediatamente y desde la posición en que hubiera quedado, meter tu bola en el güa. De esta forma se conseguía ganar al rival una canica, dos, tres... o el número que se hubiera fijado antes de la partida.

En este punto, es preciso recordar que existían una serie de normas de caballeros: reglas no escritas que, por ejemplo, aconsejaban que no te podías marchar para casa cuando estabas ganando sin darle la oportunidad a tu rival de recuperarse de su pérdida de canicas. Tampoco se permitía "meter morro", que era acercarse más de la cuenta a la bola rival en el momento de tirar con la nuestra.

Varias eran las formas de tirar con la bola, la primera, más antigua (pues era la aconsejada por los padres) consistía en cerrar el puño y con el pulgar doblado ligeramente hacia dentro, por debajo del índice, colocar encima de aquél la bola y desplazándo el pulgar hacia fuera permitir que la bola saliera despedida con fuerza.

Otra forma, más moderna y habitual entre los niños de la época, era ayudándose de la mano izquierda, para los diestros, levantar ésta del suelo, en un ángulo de 90º aproximadamente (más sería meter morro), únicamente apoyándose en el meñique y apoyar en el pulgar de la mano izquierda: la canica, y el pulgar de la mano derecha, en el que a su vez se apoyaba el índice de la mano derecha, que era el que impulsaba la bola.

Había tardes que salías con tu bolsa de tela, que te había hecho tu madre, repleta de canicas y volvías a casa sólo con unas cuantas. Los padres intuían el contenido de la bolsa únicamente al observar la expresión de la cara con la que uno volvía a casa. Luego venían los recordatorios ("te he dicho que no juegues con mayores"), o las preguntas ("pero cuantas has perdido hoy").

Otras veces, las menos, la sonrisa al volver a cenar delataba un aumento considerable del tamaño de la bolsa, convirtiéndose en el momento oportuno para comentar con la familia la partida: amigos a los que se había despeluchado, jugadas irrepetibles u horarios de futuros enfrentamientos. Y ya de puestos, fruto del optimismo, solicitar a mamá la realización de una nueva bolsa más grande.

En cuanto a los materiales de las canicas, empezaron siendo de cristal, las había que en su interior tenían dibujos y otras, más modernas, que eran monocromáticas y con aspecto de cristal traslúcido o ahumado. Más tarde llegarían las bolas que llamábamos de "nacar", que eran algo así como de porcelana blanca con dibujos. Pero eso sí, cuando realmente querías causar daños irreparables en las canicas de tu rival sacabas las bolas de acero, normalmente provinientes de rodamientos. Un buen chiquilín con una bola de acero sobre una de cristal producía en esta daños irreparables, se desprendía parte del cristal y esa bola ya no volvía a ser la que había sido.

Cada uno normalmente teníamos dos ó tres canicas preferidas, esas que nunca nos apostaríamos, bregadas en mil partidas, adaptadas a nuestros dedos como un guante y gracias a las cuales nuestro pequeño patrimonio de bolas iba aumentando.

El otro juego de canicas más popular en aquellos años era "la condena" consistía en un círculo dibujado en el suelo con un palo, la uña o la yema del dedo, dependiendo de la dureza de la tierra, en el que cada jugador dejaba el mismo número de bolas, que eran las que se iban a apostar. A cierta distancia (8 ó 10 mts.) se dibujaba una línea desde la que se realizaba la primera tirada. El orden se establecía tirando anteriormente hacia esa línea y el que más cerca quedara salía el primero. El juego consistía en irse acercando, en cuantas menos tiradas mejor, hacia el círculo, con el objetivo de sacar de un chiquilín cuantas más bolas de la condena, mejor. Si al tirar, la bola propia quedaba dentro del círculo al intentar sacar otra, perdías el juego y también la bola con la que estabas tirando. En caso de acertar el turno pasaba al siguiente jugador. El juego acababa cuando no quedaba ninguna canica dentro del círculo o todos los jugadores perdían.

martes, 16 de febrero de 2010

Punto de inflexión




Una vez inmerso en la cuarta década de mi vida, hay ciertas cosas de las que uno empieza a ser consciente, aunque le duelan, y que el tiempo te ayuda a comprender y aceptar.

Si hago caso de las estadísticas que sitúan la esperanza media de vida de un varón en España alrededor de los 81 años, automáticamente me doy cuenta de que me encuentro en ese momento crucial de la vida que, utilizando un símil ciclista, separa el duro ascenso del puerto y su vertiginoso descenso o, si hablamos de surf, nos sitúa en la cresta de la ola.

Es un buen momento pues para plantearse una duda: ¿he conseguido llegar a la meta? La respuesta es sencilla, no. Muchos son todavía los objetivos que quedan por conseguir, algunos afortunadamente ya llevo en mi morral, sin embargo son todavía más los pendientes de alcanzar.

Algunos de ellos han quedado en el olvido y otros, la mayoría, se han ido sustituyendo por retos diferentes, nuevas prioridades, distintos intereses… Es curioso y gratificante echar la vista atrás y revisitar aquellos deseos pasados. Les animo a ello, creo que puede resultar un ejercicio interesante y que seguro nos podrá ayudar a afrontar la inminente cuesta abajo.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Regálate un mulligan



Los aficionados al golf utilizan la palabra inglesa"mulligan" para designar la opción de poder repetir la salida en el primer hoyo cuando se está disputando un partido amistoso. Sin embargo, de la mano del mítico Severiano Ballesteros, gracias a sus primeras declaraciones tras superar una durísima enfermedad, el término ha alcanzado una mayor y más importante significación.

Si bien es cierto que hay un dicho que reza "segundas oportunidades nunca fueron buenas", resulta incontestable que es una verdadera suerte poder disponer de una segunda oportunidad, sobre todo si tenemos en cuenta que determinadas circunstancias de la vida impiden una vuelta atrás.


Como no siempre tenemos la posibilidad de gastar un mulligan, debemos aprovechar aquellos que nos regala el destino, más si tenemos en cuenta que el hombre es el único animal capaz de tropezar dos veces, incluso más, contra la misma piedra. Ya hablamos aquí del arte de saber elegir, ahora se trata de volver la vista atrás, desandar el camino andado y tal vez recuperar ese camino antes desechado.

Ayer, Pilar Rahola, en el programa radiofónico de Julia Otero, definió el divorcio como "la conquista del derecho a equivocarse". No tengamos miedo a elegir, hagámoslo pues, confundámonos y, si podemos, gastemos un mulligan.