Compañera inseparable en las largas noches de invierno de una ciudad como Zamora que, en los años 70 del pasado siglo, podría pasar por capital mundial del clima continental. En aquellos tiempos sin calefacción, la bolsa de agua caliente intentaba mitigar el frío reinante en las casas, sobre todo a la hora de acostarse.
Todavía soy capaz de recordar su tacto tan peculiar y, sobre todo, su olor característico, ese olor a goma caliente. Un aroma que creo que podría identificar entre un millón y que forma parte indeleble de mi memoria.
Nuestras madres las llenaban con agua caliente y nos las colocaban en la cama un poco antes de acostarnos, para que las sábanas fueran perdiendo esa frialdad tan molesta en esa época del año. Cuando llegaban los "dos rombos" y teníamos que marcharnos, cual exiliados, a dormir, la bolsa de agua caliente había cumplido ya su primera función y al deslizarnos bajo las sábanas, éstas mostraban cierta calidez.
Después, bajo los pies, la bolsa nos iba soltando calor durante algo más de tiempo, a veces el suficiente para conseguir que nos quedásemos dormidos. Pero este aliado fiel también nos acompañaba en los momentos de enfermedad, pues se convertía en remedio contra gripes, dolores de barriga, y en general cualquier afección susceptible de mejorar bajo el principio de "ponte un poco de calor y ya verás como se te pasa; te preparo la bolsa de agua caliente". Yo creo que, inconscientemente, las mujeres de la época le atribuían propiedades casi mágicas.
Sin embargo, para situaciones de "haber cogido frío" o dolores muy agudos de tripa, el remedio era diferente. En esos casos entraba en escena otro curioso artilugio: la "tapadera".
Una tapadera de barro que se calentaba en el fuego de la cocina y que, rodeada de un paño de cocina, gasa fuerte o toalla, se aplicaba a la zona afectada, una vez que mamá había comprobado, como en las planchas, que ya no quemaba. Una vez colocada, la verdad es que en los primeros momentos se pasaba mal, pues el calor era demasiado intenso y había que luchar contra el "no te la quites que ya no está caliente". También recuerdo perfectamente aquel olor, una mezcla de barro caliente y de toalla a punto de quemarse.
Como ven, hoy los recuerdos nos visitan en forma de olores.
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