viernes, 11 de diciembre de 2009

Sobrevivir


FOTO: REUTERS / Ian D. Williams

Inauguramos esta sección de imágenes, denominada 1000 palabras, permitiendo introducir un toque de color, en este caso un triste rojo, dentro de esta galería de recuerdos en blanco y negro. Creo sinceramente que la ocasión lo merece.

Ya hemos hablado aquí sobre los límites de la naturaleza humana, ejemplificando con un estudio hasta donde es capaz de llegar un ser humano en determinadas situaciones. Si el "hombre es un lobo para el hombre", ¿cómo esperamos que se comporte un animal, cuando le presionamos hasta el borde de la extinción?

Como una imagen vale más que mil palabras, ésta nos debería ayudar a reflexionar, a concienciarnos individualmente sin descargar nuestra responsabilidad en aquellos que asisten a las cumbres climáticas en limusina.

lunes, 30 de noviembre de 2009

Tras los pasos de...



El ser humano parece programado para seguir un viaje predeterminado genéticamente. Los hombres, a lo largo de la historia, han intentado dejar su legado y su impronta allí por donde ha pasado. Si miramos a nuestro alrededor enseguida nos daremos cuenta que estamos rodeados de huellas, muchas de las cuales constituyen un auténtico patrimonio (libros, cuadros, estatuas, monumentos, edificios, efemérides).

Sin embargo, son innumerables los senderos que, una y otra vez, un gran número de personas están dispuestas a seguir. Esa mirada hacia el pasado debe estar íntimamente ligada a nuestros genes, pues el hombre, todavía hoy, dedica gran parte de su tiempo y de sus esfuerzos a bucear en el pasado, a rastrear en busca de vestigios, de pistas que nos permitan conocer respuestas y plantearnos nuevas preguntas.

Pero innovar, esa palabra tan de moda de la que parece pender nuestro destino, supone mirar hacia delante. Sólo una pequeña parte de personas, en cada periodo histórico, un grupo de elegidos, se han salido de los caminos ya marcados para tratar de dejar sus propias huellas: desde Galileo a Darwin, pasando por aventureros que se adentraron en África o exploraron los polos, hasta Einstein o Armstrong.

Por supuesto que a todos nos gustaría descubrir, abrir nuevos caminos, encontrar originales respuestas, innovar. Sin embargo, la mayoría de nosotros nos tendremos que conformar con seguir los caminos que marcaron otros, ese “ir tras los pasos de”. En muchas ocasiones, es la lectura de esas grandes gestas, de esa especie de aventura del saber, la que nos guía instintivamente hacia esos destinos. Intentamos comprobar in situ, aquellas aventuras que ya vivieron otros en primera persona y, de esta forma, enfrentar la realidad a todo aquello que hemos ido imaginando y anhelando.

Para unos será un lugar sagrado, para otros la tumba de su escritor o cantante favorito, para otros un viaje al continente negro o a la Antártida. Algunos, simplemente, se limitarán a seguir los pasos de un científico, un literato o un arquitecto, mientras otros seguirán excavando montones y montones de tierra en busca de antiguas señales. Desde gigantescos proyectos que implican volver a la luna hasta pequeñas locuras como tratar de desenterrar una botella de whisky abandonada por la expedición de Shackleton.

Cuando aquella tarde, después de muchos años de estudios y experimentos, un famoso científico descubrió en su laboratorio cómo se comportaba el interior de las estrellas, dejó todo, cogió su ropa y fue a buscar a la que todavía por aquella época era su novia. Cogidos de la mano, dieron un largo paseo mientras la noche invadía el cielo. El aprovechó la oportunidad para susurrarle al oído: “sabes una cosa: soy la única persona en el mundo que sabe por qué brillan las estrellas”. Después de un tiempo y no sé sabe si como consecuencia de aquellas palabras, el científico y la mujer decidieron compartir su vida.

Busquemos también nosotros una estrella y si no la encontramos, contemplemos el resto, siempre habrá alguien dispuesto a descubrirla para que los demás podamos admirarla.

lunes, 23 de noviembre de 2009

De grises



Ya les traje aquí los recuerdos que evocaba mi vieja pizarra de párvulos. Hoy, después de un largo parón, por el que les reitero mis disculpas, vuelvo a la escuela para hablarles de los extremos, después de haber leído un artículo escrito por un teórico de la educación.

Tristemente, en la actualidad nos ha dejado de sorprender la alarmante situación de nuestras aulas. Lo peor de todo es que en estos momentos comenzamos a ver y sufrir las consecuencias. El problema de la educación es, para nuestros políticos una cuestión secundaria, tanto, que ni siquiera han sido capaces en los últimos años de cerrar un verdadero pacto que cada día se hace más necesario.

Las últimas leyes educativas aprobadas, lejos de suponer un avance, han generado un panorama desalentador, tratando de poner parches aquí y allá, mientras, año tras año, los principales informes sobre la materia (OCDE, Pisa, UNESCO, etc.), reflejan la verdadera situación de la educación en España.

La mayoría de expertos están de acuerdo en que la educación de hoy en día no sólo tiene que formar buenos estudiantes, como lo hacía la escuela tradicional centrándose principalmente en la enseñanza de contenidos, si no buenas personas. Se han venido incluyendo en los diferentes currículos contenidos transversales: educación para la igualdad, para la salud, respeto al medio ambiente, consumo responsable, igualdad de oportunidades, entre otros, que persiguen una formación más integral del alumno.

Sin embargo, los resultados no han sido los esperados y está claro que el modelo propuesto hace aguas. Los alumnos no es que solamente salgan de nuestras escuelas, institutos y universidades menos preparados, en cuanto a cantidad y calidad de conocimientos, si no que tampoco estamos consiguiendo formar buenos ciudadanos, más tolerantes, solidarios, comprometidos con el medio ambiente, respetuosos.

Pero, ¿cuál es la situación en las aulas? Por un lado, el maestro se encuentra desubicado y desmotivado, realizando un trabajo cada vez menos gratificante y, además, sin gozar del reconocimiento deseado. Por el otro, y frente a él, como si de un campo de batalla a la vieja usanza se tratara, se encuentra un alumnado más rebelde, menos tolerante, egoísta y egocéntrico, intransigente. Sin embargo, la falta de valores es sus mochilas con la que los escolares acuden diariamente a sus clases es una responsabilidad de los padres, la tercera pata del banco.

Está claro que los padres y madres de hoy en día gozan de menos tiempo para estar con sus hijos y eso se nota. La necesidad de que ambos cónyuges trabajen ha repercutido negativamente en la educación de sus hijos. El niño pasa más tiempo solo, rodeado de demasiada información sin filtrar (televisión, Internet) y acostumbrado a no estar sujeto a reglas demasiado claras. Los padres tratan de compensar esa falta de tiempo con una cierta laxitud en la aplicación de las normas. Nuestros hijos se encuentran sobreprotegidos, incapaces de equivocarse, de cometer sus propios errores y así aprender de ellos, desconociendo el verdadero valor de las cosas y ajenos a la cultura del esfuerzo.

En el otro lado del espectro, la escuela de los años 70 y 80, la que yo viví. Pese a no ser un alumno ejemplar, si me incluiría en el grupo de los que se portaban bien, que debo reconocer éramos la mayoría. Aún así, Dª Carmela, en 3º de EGB, me hacía juntar las yemas de los dedos para darme con el puntero, D. Jesús nos pegaba con la regla en la palma de la mano. D. Isaías me tiraba alguna que otra vez por las incipientes patillas hasta inclinar la cabeza casi a 90 grados. A D. Manolo la varita del xilófono le permitía practicar la percusión en nuestras cabezas. Sin embargo, son dos los momentos que más me han quedado marcados en mi memoria del paso por el Jacinto Benavente, dos bofetones.

El primero de ellos, en clase de 4º ó 5º, con un profesor suplente del que ahora no recuerdo el nombre, pero cuya cara por supuesto no he olvidado y que todavía hoy, alguna vez, veo por la calle. Pues bien, por reírme de un compañero que había tenido una incontinencia mayor y al que, por ello, le había dado un soberano tortazo, me señaló con el dedo y me dijo que me levantara y me acercara a él. Puso la mano izquierda sobre mi mejilla derecha y con la otra, me arreó un sonoro bofetón que me dejo la cara caliente para el resto del día.

El segundo, ya en 7º, me dolió más en el orgullo que en el rostro. En clase de pretecnología trabajábamos unos con marquetería y otros con barro; yo me debía encontrar en este último grupo pues D. Misael me pilló tirándole bolas de arcilla a otro compañero. Después de la frase, “eh, tú, el del jersey rojo, ven” me propino una bofetada que me hizo sentir fatal. Eso de que pegaran a un pseudo-hombrecito y delante de todos resultó humillante.

De vuelta al presente, hoy son los alumnos los que pegan a los profesores y los que, en demasiadas ocasiones, hacen la vida imposible a otros compañeros que resultan acosados moral y físicamente.

¿No hay un punto medio?


P.D.: son infinidad, y por supuesto mayoría, los recuerdos positivos de aquel, mi colegio, sin embargo hoy nos ha tocado recordar algunos menos agradables

jueves, 5 de noviembre de 2009

De vuelta



Después de casi tres meses sin publicar nada nuevo, lo primero que creo que debo de hacer es pediros perdón por el retraso. No, no os penséis que sigo de vacaciones, no; ya me gustaría. Por desgracia, el trabajo me ha tenido entretenido más tiempo del que desearía y hasta dentro de unas semanas no podré volver a pasarme por aquí para seguir haciendos partícipes de mis recuerdos, dudas y experiencias.

Como es lógico, tampoco he tenido tiempo para echarle un vistazo a mis blogs amigos y eso si que lo siento de verdad, pues vuestros artículos suponen siempre un buen motivo para volver a visitaros. Mientras tanto, y a la espera de poder ponerme al día en estas tareas pendientes, recibid un fuerte abrazo.

Nos leémos.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Vacaciones

Aunque con un poco de retraso, os anuncio que este pequeño rincón permanecerá sin actualizarse hasta mediados de septiembre.

Felices vacaciones para todos. Un saludo

viernes, 3 de julio de 2009

Pude ser un ladrón del siglo XXI



Cuando terminas tu carrera universitaria y te ves con el título debajo del brazo piensas que el mundo empresarial se va a rendir a tus pies. Mientras el tiempo pasa y muchas puertas comienzan a cerrarse, las expectativas van bajando y la búsqueda de empleo se vuelve menos selectiva.

Empiezas a enviar curriculums para puestos que ni te habrías planteado en un principio y, a la vez, intentas buscarte la vida -mientras esperas la llegada del puesto añorado- realizando todo tipo de trabajos. De algunos de ellos tendré la oportunidad de hablarles aquí.

Pues bien, consecuencia de esa espiral trabajo-búsqueda de empleo, una tarde de primavera me vi frente a un tipo del que no conservo ningún recuerdo en una oficina simplona, en la entreplanta de un céntrico edifico de la principal calle peatonal de Zamora.

La entrevista de trabajo respondía, como no podía ser de otra forma, al envío de mi currículum para un puesto que, cuando me avisaron, casi ni recordaba. Después de los primeros formalismos, dirigidos a romper el hielo, mi interlocutor comenzó a contarme cuáles serían los cometidos del nuevo trabajo.

Para mi asombro, mientras las palabras salían de su boca, comencé a imaginarme convertido en todo un gángster, una mezcla de matón y recaudador. En pocos minutos me di cuenta que no era mi trabajo soñado, pero todavía faltaba la puntilla.

Aunque imagino que, a esas alturas del encuentro, mi entrevistador ya se debía de haber dado cuenta de que el empleo no me llamaba mucho la atención, mi estupor creció cuando todavía se atrevió a informarme de que para desempeñar el puesto tendría que presentar un aval, garantía que permitiera resarcirse a la entidad en caso de un posible robo de fondos por mi parte.

Salí de aquella oficina, baje las escaleras, caminé por la calle peatonal rápidamente, deseando llegar a casa y contarle a mis padres la esperpéntica entrevista que acababa de tener. Los comentarios con mis amigos vendrían después. Evidentemente, mi familia se quedó perpleja: ¡un aval para trabajar! , ¿dónde se ha visto eso?

Supongo que algunos de vosotros ya tendréis una ligera idea de cuál era esa "empresa" para la que hice la entrevista y cuál sería el cometido asignado. Claro que sí, se trataba de la SGAE (Sociedad General de Autores y Editores) y el cometido, como representante en la provincia, era visitar todo nuevo establecimiento hostelero que se creara para exigir el pago por "poner música, televisión", asistir a cualquier evento o sarao con asistencia de público para supervisar la venta de entradas y reclamar la parte correspondiente, ser corresponsal en la BBC (bodas, bautizos y comuniones), etc., etc.

De haber aceptado aquella estupenda propuesta, tal vez ahora mismo estaría almorzando con Teddy Bautista o disfrutando de un maravilloso concierto privado de Ramoncín. Hoy, estaría dedicado a perseguir a los ladrones del siglo XXI, sí, sí a todos vosotros, presuntos piratas, que compráis en el top-manta, os bajáis música y películas de internet, compráis cámaras de fotos digitales y tarrinas de cd´s y dvd´s, pagando un canon digital que pondría a salvo mi aval y permitiría a mis padres dormir por las noches.

¿Quién es entonces el ladrón? Tal vez el que se queda con una parte de mi dinero pensando en que voy a cometer un delito, cuando compro un cd o una cámara de fotos, que es curiosamente el mismo que también demuestra presunción de culpabilidad en sus propios trabajadores, a los que se les exige, o exigía, un aval por si se llevan el dinero de las recaudaciones. Si Don Vitto levantara la cabeza.

Estoy convencido de que alguna de las muchas entrevistas de trabajo que he realizado ocupará algún espacio aquí en el futuro. Mientras tanto, ¿cuál ha sido vuestra experiencia en este terreno?, ¿habéis hecho alguna entrevista para algún puesto "raro"?, ¿qué hubiera pasado si hubieses aceptado aquél puesto? Como siempre, espero vuestros comentarios.

miércoles, 24 de junio de 2009

Y tú ¿qué ves?

Aunque les parezca mentira, hay ocasiones en las que, consciente o inconscientemente, distorsionamos la realidad, nuestra propia percepción, por diferentes motivos. Hoy les traigo, como ya empieza a ser habitual, un famoso estudio de psicología social sobre el conformismo y la presión social.

Si definimos la conformidad como el "grado hasta el cual los miembros de un grupo social cambiarán su comportamiento, opiniones y actitudes para encajar con las opiniones del grupo", el "efecto Asch", que hoy les presentamos y llamado así gracias a su descubridor Solomon Asch, demuestra que la opinión individual tiende a cambiar y "plegarse" a la opinión del grupo.

El experimento, disfrazado como un estudio sobre la capacidad de visión, consistía en mostrar a un grupo de sujetos una línea vertical a través de un proyector durante breves segundos, pero los suficientes para mantener en la memoria a corto plazo el tamaño de la raya. Pasado un tiempo, se proyectaba otra imagen con tres rayas (A, B y C) de diferente longitud para que los sujetos contestaran a viva voz, ante los demás y por orden, cuál creían que era la línea que había sido mostrada en primer lugar.

Se incluía al verdadero sujeto de estudio dentro de un grupo de "compinches" en el que todos debían proporcionar una respuesta claramente falsa.

Tres son los motivos por los cuales una parte de los sujetos (aproximadamente un tercio) se plegaban a la opinión de la mayoría:

  1. Un reducido número de ellos, alegaba una distorsión perceptual, argumentando que la respuesta del grupo se correspondía verdaderamente con el patrón mostrado con anterioridad.

  2. La mayor parte presentaba una distorsión del juicio. Los sujetos se dan cuenta de que su criterio es diferente al del grupo y lo cambian porque suponen que se equivocaron. Situación que también podríamos analizar desde la teoría de la disonancia cognitiva, de la que ya hablamos aquí, pues el individuo no podría tolerar mantener su opinión mientras piensa que es falsa. De esta forma, adoptando la postura de la mayoría, resuelve ese pequeño conflicto interno.

  3. Otro grupo minoritario respondió a una distorsión de la acción. Para ellos no distinguirse del grupo era de vital importancia. Obviaban el propósito del experimento (juzgar la longitud de las líneas) con tal de no parecer diferentes. No necesariamente suponían que el grupo tuviera razón. Es decir, no distorsionaban el juicio si no que sentían el impulso de adoptar la respuesta colectiva (por ejemplo, debido a sentimientos de inferioridad, inseguridad, miedo al rechazo).

Evidentemente, el porcentaje de sujetos que adoptaba la opinión de la mayoría variaba en función del número de personas que conformaban el grupo y también de la posición que ocupaba el sujeto en cuestión respecto al resto, pues no es lo mismo hablar el segundo, cuando sólo ha habido una respuesta errónea, que el último, cuando todos los anteriores han coincidido en una opción incorrecta.

Como es lógico, seguro que después de leer este pequeño artículo habrán recordado alguna situación en la que deliberadamente hayan cambiado su opinión. Si es así, intenten recordar cuál fue el motivo y en cual de los tres grupos descritos se incluirían. Espero sus comentarios.

Mientras tanto, seguiremos intentando ofrecer una mirada distinta de nosotros mismos, tal vez eso nos ayude a conocernos un poco más.

domingo, 21 de junio de 2009

Galería de recuerdos (II)

Compañera inseparable en las largas noches de invierno de una ciudad como Zamora que, en los años 70 del pasado siglo, podría pasar por capital mundial del clima continental. En aquellos tiempos sin calefacción, la bolsa de agua caliente intentaba mitigar el frío reinante en las casas, sobre todo a la hora de acostarse.

Todavía soy capaz de recordar su tacto tan peculiar y, sobre todo, su olor característico, ese olor a goma caliente. Un aroma que creo que podría identificar entre un millón y que forma parte indeleble de mi memoria.

Nuestras madres las llenaban con agua caliente y nos las colocaban en la cama un poco antes de acostarnos, para que las sábanas fueran perdiendo esa frialdad tan molesta en esa época del año. Cuando llegaban los "dos rombos" y teníamos que marcharnos, cual exiliados, a dormir, la bolsa de agua caliente había cumplido ya su primera función y al deslizarnos bajo las sábanas, éstas mostraban cierta calidez.

Después, bajo los pies, la bolsa nos iba soltando calor durante algo más de tiempo, a veces el suficiente para conseguir que nos quedásemos dormidos. Pero este aliado fiel también nos acompañaba en los momentos de enfermedad, pues se convertía en remedio contra gripes, dolores de barriga, y en general cualquier afección susceptible de mejorar bajo el principio de "ponte un poco de calor y ya verás como se te pasa; te preparo la bolsa de agua caliente". Yo creo que, inconscientemente, las mujeres de la época le atribuían propiedades casi mágicas.
Sin embargo, para situaciones de "haber cogido frío" o dolores muy agudos de tripa, el remedio era diferente. En esos casos entraba en escena otro curioso artilugio: la "tapadera".

Una tapadera de barro que se calentaba en el fuego de la cocina y que, rodeada de un paño de cocina, gasa fuerte o toalla, se aplicaba a la zona afectada, una vez que mamá había comprobado, como en las planchas, que ya no quemaba. Una vez colocada, la verdad es que en los primeros momentos se pasaba mal, pues el calor era demasiado intenso y había que luchar contra el "no te la quites que ya no está caliente". También recuerdo perfectamente aquel olor, una mezcla de barro caliente y de toalla a punto de quemarse.

Como ven, hoy los recuerdos nos visitan en forma de olores.

miércoles, 17 de junio de 2009

¿Nos conocemos?

¿Hasta qué punto nos conocemos a nosotros mismos?, ¿sabemos lo que seríamos capaces de hacer en determinadas situaciones?, ¿somos conscientes de nuestros propios límites?

Algo en nuestro cerebro nos puede hacer "saltar" en un momento determinado, despertando nuestros instintos más primigenios y revelándonos como seres primarios, más básicos de lo que pensamos. Lógicamente, ese punto concreto que separa la cordura de la locura, lo correcto de lo incorrecto, lo moral de lo inmoral, lo salvaje de lo civilizado, varía con cada persona. Sin embargo, hoy les traigo un famoso experimento que nos sorprenderá, proporcionándonos una imagen de nosotros mismos que no nos gustaría ver reflejada en un espejo.

En 1971, Philip Zimbardo en la Universidad de Stanford realizó un estudio de psicología social que conmocionaría a la comunidad científica durante mucho tiempo y que pondría en tela de juicio los criterios éticos que deben guiar la realización de estudios con personas.

Como en casi todos los experimentos científicos, se reclutó a voluntarios sin que supieran exactamente el objeto de estudio, que en este caso, y grosso modo, pretendía averiguar las causas de la violencia en los centros penitenciarios estadounidenses. A través de anuncios en los periódicos y bajo la promesa de una paga de 15 dólares, se seleccionó a 24 sujetos universitarios, sanos y estables psicológicamente, distribuyéndolos en dos grupos que debían representar los roles de prisioneros y de guardianes dentro de una prisión ficticia y durante 15 días.

Para facilitar la identificación con el rol correspondiente:
  • los guardianes recibieron ropa militar, una porra, gafas de sol de espejo (para impedir el contacto visual con los prisioneros), trabajarían a turnos y podían volver a su casa en las horas libres.

  • los prisioneros debían vestir únicamente batas con un número bordado (por el que se les llamaría), no llevarían ropa interior, calzarían unas sandalias incómodas y arrastrarían un trozo de cadena atada a sus pies. Lógicamente, a este grupo no le estaba permitido salir de su "prisión" (un sótano de la universidad acondicionado al efecto).
Estaba prohibido utilizar la violencia física pero los guardianes debían dirigir la prisión de la forma que considerasen oportuna. En cuanto a los prisioneros, fueron arrestados en sus casas por policías de verdad y tuvieron que pasar por comisaría y realizar todos los trámites necesarios, como cualquier otro detenido , antes de ingresar en la prisión ficticia.


Ocho dias antes de lo esperado el experimento tuvo que ser suspendido. Dejemos que el propio Zimbardo nos lo explique con sus propias palabras:

“Al final de los seis días fue necesario cerrar nuestra prisión de pacotilla, porque lo que vimos era aterrador. Ya no estaba claro, ni para nosotros ni para la mayoría de los sujetos, dónde acababan y dónde empezaban los papeles. En efecto, la mayoría se habían convertido en “prisioneros” y “guardianes” incapaces de diferenciar nítidamente entre ese personaje y su yo. Se produjeron cambios dramáticos en casi todos los aspectos de su conducta, su pensamiento y su afectividad. En menos de una semana, la experiencia de encarcelamiento deshizo (temporalmente) toda una vida de aprendizaje; los valores humanos se suspendieron, quedaron conmovidos los autoconceptos, y emergió el lado más vil, feo y patológico de la naturaleza humana. Quedamos aterrorizados porque vimos a algunos muchachos (“guardianes”) tratar a otros como si fueran despreciables animales, recreándose en la crueldad, mientras otros muchachos (“prisioneros”) se conviertieron en robots serviles y deshumanizados que sólo pensaban en escapar, en su propia supervivencia individual, y en su creciente odio a los guardianes.”

Si Thomas Hobbes levantara la cabeza se reafirmaría en su opinión de que “el hombre es un lobo para el hombre”.

Tal vez esta imagen de nosotros mismos no sea de nuestro agrado, pero seguro que casi todos somos capaces de pensar rápidamente en las implicaciones que este estudio tiene en diferentes ámbitos de nuestra vida (mobbing, ideologías, sectas, cárcel de Abu Ghraib, etc.)

Este tránsito de la inocencia a la maldad, del cordero al verdugo, ha sido recogido por el propio Zimbardo en su libro "El efecto Lucifer", en el que detalla todo lo relativo a aquel experimento a la vez que trata de dar respuesta a la pregunta ¿por qué los chicos buenos hacen cosas malas?

¿No éramos seres civilizados? Volveremos sobre el tema

jueves, 11 de junio de 2009

¡Baja la baraja!

Con esta sección pretendo recordar aquellos juegos que llenaron horas y horas de diversión en nuestra infancia, en esos años en los que todavía se podía jugar en la calle.

Dentro del colegio y en sus inmediaciones, los juegos tenían un carácter estacional, en invierno, por ejemplo, la humedad de la tierra permitía poder jugar al clavo; durante el verano, sin embargo, tomaban protagonismo las bolas (canicas) y los chapetes pues el tiempo permitía poder tirarte en el suelo sin riesgo de ir para casa hecho un cromo.

A los cromos, de los que también hablaremos aquí en su momento, se podía jugar en cualquier época, lo mismo que a juegos como el rescate, el bote, el escondite, churro va, luz, dispararse arroz, etc.

Hoy, por el contrario, les voy a hablar de juegos que compartía con otros amigos, no los del colegio, si no los del barrio. Aquí también había infinidad de alternativas: vistas, policías y ladrones, tirachinas, lanza pinzas...

En una esquina de la Pza. San Gil (hoy Maestro Haedo), lugar en el que transcurrió gran parte de mi infancia, sentados en el portal de la casa del vendedor de alfombras, de espaldas a la plaza, jugábamos a adivinar el nombre del coche que pasaría por delante de nosotros únicamente por su sonido. Era un juego que requería mucha práctica aunque la verdad es que la variedad de modelos de la época parecería ridícula en nuestros días. Por aquellos tiempos circulaban R12, Simca 1000, Dyan6, Seat 124, Seat 1500, Seat 600, R4, R6, R7, Citröen 2cv, algún tiburón, y pocos más.

Sin embargo, son otros coches de los que me propongo hoy hablarles. Coches que nunca pasarían por nuestra esquina y que para nosotros suponían un mundo nuevo y apasionante. A algún amigo le regalaron una pequeña baraja como la de la foto y con ella pasamos muchísimas horas de diversión.


El juego, que la mayoría de las veces era entre dos jugadores aunque se podía jugar con más, consistía en barajar las cartas y repartirlas en igual cantidad. Una vez repartidas, cada jugador las colocaba en un único taco mirando hacia sí. El jugador que comenzaba la partida debía valorar su carta, su coche, en función de la velocidad, potencia, cilindrada, peso y alguna otra característica. Con la práctica, sabías de cada coche cual era su punto fuerte, entonces por ejemplo decías, potencia 220 cv y si la carta de tu oponente tenía una potencia inferior se la ganabas, colocándose las cartas al final de tu taco. Así con cada carta, con cada coche. No me acuerdo muy bien si cada ronda era de un coche, o si ganabas seguías pidiendo, pero el caso es que ganabas lógicamente cuando te quedabas con todas las cartas.

Recuerdo que el de mayor velocidad era el "De Tomaso Pantera", la carta más deseaba, pues ganaba a todas las demás. Sin embargo, cuando quedaban pocas cartas, tu rival podía imaginar que carta tenías y pedirte peso, con lo cual tu flamante deportivo, más liviano, se iba camino del montón de cartas del rival. No podríamos oirlos, pero, desde luego, los conocíamos a la perfección.

Después de muchas partidas, la tarde solía acabar con un "mañana a la misma hora, baja la baraja".

miércoles, 3 de junio de 2009

Marín en el corazón


En mi familia jamás ha habido tradición militar. Hasta donde yo conozco ninguno de mis antepasados optó por la vida castrense, sin embargo antes de iniciar el bachillerato intenté informarme un poco de cómo sería el acceso a la Escuela Naval de Marín, pues siempre me había llamado la atención eso de “la marina”. En la antigua zona me informaron que todavía tenía que esperar algunos años debido a mi corta edad. Durante ese tiempo, también me surgieron otras inquietudes pero, sin duda, fue mi padre el que, conociéndome un poco, me desaconsejó tomar ese camino: “no te veo vestido de militar, es muy duro y hay mucha disciplina”. Y es que por aquellos años yo ya había empezado a “sacar la oreja” un poco.

Al final me decidí por continuar con el bachillerato, hacer la selectividad y acceder a la universidad. No me arrepiento de la decisión tomada, sin embargo Marín sigue estando presente en mi corazón y, a veces, como ahora, me pregunto que hubiera sido de mí, de mi vida, si hubiera tomado ese camino.

Un antiguo amigo, compañero de baloncesto ocasional, siguió ese camino, viajó en el "Juan Sebastián Elcano", gracias a lo cual conoció por tierras argentinas a su actual mujer, se especializó en aviación naval, y hoy supongo que será un buen mando de nuestra armada. No lo he vuelto a ver pero cada vez que lo recuerdo o alguien me habla de él la verdad es que siento cierta “envidia”.

Todavía hoy me emociono, y no me da vergüenza reconocerlo, cuando veo imágenes de nuestro buque escuela, pues me imagino enrolado en su tripulación, también cuando pasa un marinero vestido de bonito, con su traje inmaculado y ese porte tan especial, pues automáticamente me veo reflejado en un espejo y, por supuesto, cuando cada año dan imágenes de la entrega de despachos. ¡Cómo me habría gustado estar ahí!

Tal vez aquella ilusión haya contribuido, hoy tierra adentro, a mi afición por el mar y los veleros, lo mismo que las primeras vacaciones en la playa, en Coruña, y aquél primer paseo en barco del que algún día tendré que hablar aquí.

Mientras tanto, les dejo con este hermoso vídeo que espero que les guste tanto como a mí.

jueves, 28 de mayo de 2009

Galería de recuerdos (I)

Al borde de la cuarentena, no por aislamiento preventivo si no por dni, intentaré dedicar los viernes a bucear en mi memoria a la búsqueda de sensaciones de mi infancia y juventud en forma de imágenes, olores, sonidos. ¡Ahí va el primero!

Me acuerdo perfectamente de mi pizarra, de los pizarrines con los que escribía y que gastaba a un ritmo que mis padres no podían entender: "¿los acabas de comprar y ya los tienes así de pequeños?". Recuerdo perfectamente ir a comprarlos a la antigua librería Horna, aquel mostrador que me parecía altísimo y todas esas estanterías repletas de cosas, de libros. Todavía soy capaz de imaginar aquella escena y de ponerle cara al dueño. Es más, puedo rememorar también la textura de los pizarrines, el ruido que hacían al escribir sobre la pizarra. Todavía persiste en mi cabeza la imagen de la jabonera blanca de rayas con una esponja amarilla dentro con la que limpiábamos la pizarra cuando habíamos terminado nuestras tareas.

El colegio público "Jacinto Benavente", la clase de párvulos, mi maestra "María Antonia" a la que tanto le debo pues nos enseñó desde bien pequeños a ser responsables y a la que nos gustaba visitar de más mayores. Eso le hacía inmensamente feliz pues podía comprobar, de primera mano, que aquellos chicos de 3 y 4 años que habían pasado por su clase íbamos creciendo sin torcernos.

Cuando la profesora faltaba alguna vez, alumnas más mayores venían a cuidarnos y, algunas veces coincidía que eran mis hermanas y yo, en ese momento, me sentía el chico más importante del mundo. Nos metíamos debajo de los pupitres a comer el bocadillo. Vestíamos bombachos y teníamos las piernas llenas de moratones. No dábamos tregua a los babis pues casi todos los días debían ser remendados por nuestras madres. Hoy un siete, mañana un bolsillo, todos los días algún botón...

Y a ustedes, ¿también esa pizarra les trae recuerdos?

viernes, 22 de mayo de 2009

Un, dos, tres... ¡Acción!


inhibir:

1. Impedir o reprimir el ejercicio de facultades o hábitos.

...

5. Abstenerse, dejar de actuar.

6. Echarse fuera de un asunto o abstenerse de entrar en él o de tratarlo.


¿Cuánto silencio?, ¿cuántas palabras nunca llegaron a cruzar nuestros labios?, ¿cuántas opiniones nos hemos guardado?, ¿cuántas veces nos escondemos detrás de otros para no actuar?

Esta inhibición, llevada al extremo, condujo a Kitty Genovese, una camarera neoyorkina de 28 años, a la primera página de los periódicos de la época, a inspirar una teoría psicológica y a convertirse, sin quererlo, en un icono de la apatía que sufre nuestra sociedad sobre todo en las grandes ciudades.


En la madrugada del 13 de marzo de 1964, Kitty encontró la muerte en una calle de Nueva York. Hasta aquí nada raro, ¿verdad?... Desgraciadamente estamos acostumbrados a que este tipo de noticias inunde las hojas de nuestros periódicos y llene minutos en televisión. Además, la acción se sitúa en Estados Unidos, ¿qué hay de extraño entonces?

El asesinato de Kitty fue toda una agonía pues el homicida la atacó hasta en tres ocasiones diferentes, en algo más de treinta interminables minutos, mientras la víctima gritaba con la esperanza de que alguien la oyera. Los agentes de policía al interrogar a los vecinos enseguida se percataron de que varias personas habían presenciado los ataques y habían escuchado sus gritos de auxilio , pero ¿por qué no la habían ayudado?, ¿por qué nadie había llamado a la policía?

La respuesta que dieron fue muy simple, todos ellos dieron por sentado que "otro" habría llamado ya. La triste realidad es que ninguno levantó el telefóno y Kitty Genovese no pudo recibir la ayuda esperada.

Este triste acontecimiento supuso el origen de lo que Latané y Darley llamarían "Teoría de la difusión de responsabiliad".

Normalmente nuestra inhibición, o falta de acción, no tiene unos resultados tan catastróficos, sin embargo, la realidad es que muchas veces nos cuesta actuar. Preferimos que sean otros los que levanten la voz o actuen (vecinos, compañeros de trabajo, amigos, etc.), quedando nosotros en un "tranquilo" segundo plano.

Sólo determinadas situaciones, diferentes para cada uno de nosotros, nos hacen levantarnos, movernos, protestar, opinar, regañar, decir no o gritar basta...

Cuando el tiempo comienza a pasar te das cuenta que es mucho mejor actuar que inhibirse, pues resulta grato intentar dejar huella y construir un camino antes de que sea demasiado tarde.

jueves, 21 de mayo de 2009

Fin del trayecto



Con lágrimas en los ojos doy mi último adiós a alguien que se cruzó en mi camino en varias ocasiones y, con impotencia, intento buscar una explicación a semejante sinrazón.

Es muy duro asistir a cómo una jugada de la vida, en forma de enfermedad, borra para siempre un montón de sueños, ilusiones, proyectos y caminos por recorrer.

Nuestras huellas nunca más se volverán a cruzar pero en mi corazón intentaré guardar aquellas que dejamos juntos.

Adiós, Luis.

jueves, 14 de mayo de 2009

Una mirada atrás




No siempre tenemos la suerte de caminar sobre la arena y poder dejar nuestra huella, marca que sirve tanto como testimonio de paso como de recordatorio del camino elegido. Por suerte o por desgracia la vida está repleta de caminos asfaltados, pozos, montañas, valles, puentes y demás obstáculos que debemos ir sorteando y que a veces no dejan huellas tan claras.

Gracias a que ciertos caminos son de tierra pasamos por la vida dejando huellas, algunas en nuestro entorno y otras reflejadas en nuestros compañeros de viaje de los que ya hablamos aquí. ¡Qué triste sería una existencia solitaria en la que nuestra vida nunca se cruzara con la de otra persona!

No todas las huellas resultan visibles, ni tienen la misma profundidad y, por supuesto, tampoco nos permitan emprender caminos de vuelta. De unas y otras también hablaremos aquí.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Compañeros de viaje



Ayer, con ocasión del "XX Festival de Títeres y Marionetas" que se desarrolla estos días en Zamora y mientras contemplaba como una de mis hijas asistía sorprendida a una representación de marionetas a cargo de un grupo llegado desde la república de Benin, intentaba imaginar qué itinerario o peripecia vital había traído a esas personas hasta aquí.

Más allá de esa manía u obsesión confesable por tratar de imaginar cómo será la vida de esas personas que viven en ambientes tan diferentes al nuestro, la situación me hizo recuperar el interés por unos personajes tan importantes en la vida de cada uno: los compañeros de viaje.

Desde el mismo momento de nuestro nacimiento, después de ese primer choque con el mundo, nos damos cuenta que no estamos solos, por lo menos una persona está unida a nosotros. Esa relación podrá durar minutos o toda una vida, pero ya te marcará un camino.

¡Qué determinante es el lugar en el que ves por primera vez la luz y qué importante es esa persona que te trae el mundo! No es lo mismo nacer en una aldea africana, un pueblo indio, un campamento de refugiados o una ciudad nórdica. Tampoco lo es que tu madre opte por permanecer contigo o te abandone, te cuide, te mime, te quiera o, por alguna razón, no pueda hacer ninguna de esas cosas.

Si el azar nos ha puesto en un punto determinado de este inmenso planeta también nos ha colocado dentro de una primera "familia". Como dice el dicho popular: "la familia nos viene impuesta y los amigos los elegimos nosotros". Pues bien, tanto unos como otros, al igual que otras personas y personajes que nos acompañarán o pasarán, en mayor o menor medida por nuestras vidas, algunos elegidos y otros impuestos, todos, absolutamente todos ellos, serán nuestros compañeros de viaje.

Si intentamos entender la existencia como un continuo viaje nos daremos cuenta enseguida que que nuestra vida no sería la misma sin ellos: padres, hermanos, abuelos, tíos, primos, vecinos, amigos, compañeros de estudio y de trabajo, parejas, jefes, etc. Es más, de la misma forma, sus vidas también serían distintas si nosotros no nos hubiéramos cruzado en su camino.

En cuanto el círculo de compañeros de viaje se estrecha más importantes resultan, pues no hay nada más doloroso que tratar de imaginar la vida de tus seres queridos sin tí (esos hijos sin tus cuentos o esa pareja sin tus besos).

De algunos compañeros de viaje tendremos ocasión de hablar aquí, pero esa, esa será otra historia.

martes, 12 de mayo de 2009

El arte de saber elegir




Hay mucha gente a la que le cuesta tomar decisiones, no por pereza o por economía neuronal si no, más bien, por miedo a equivocarse. Todos nosotros debemos tomar decisiones continuamente, desde que ponemos el pie en el suelo por la mañana hasta que despedimos el día. Algunas de ellas son intrascendentes, como elegir sobre la marcha lo que vamos a desayunar, lo cual hacemos casi inconscientemente. Otras, sin embargo, requieren mayor concentración y nos arañan algo más de tiempo: "cruzamos la calle o no", "¿nos da tiempo a adelantar?", aunque casi son automáticas. Por último, las decisiones realmente importantes, esas que pueden condicionarnos toda una vida: "¿qué estudiar?", "perseguir o no un amor", "atreverte a decir no o a gritar basta", "rechazar un trabajo", "formar una familia" nos exigen sopesar los pros y los contras, valorar las consecuencias de tomar una u otra alternativa, ordenar prioridades, etc.

Elegir se convierte pues en un acto cotidiano pero que algunos elevan a la categoría de arte, ¿exagerado? No, no tanto, no crean. Seguro que en sus cabezas se esconde el nombre de alguien conocido a quien la "suerte" o el "estar en el sitio justo en el momento oportuno" les cambió la vida. Sin embargo, tal vez, debajo de esa buena estrella se esconda una sabia elección.

Si imaginamos nuestra vida como una especie de laberinto y conseguimos mirarlo desde arriba, comprobaremos de un vistazo que hemos encontrado la salida, nuestro presente, después de múltiples elecciones, de infinidad de pequeños caminos que hemos ido tomando.

Atrás quedan puertas por abrir, senderos por explorar, atajos, trenes perdidos y un sinfín de oportunidades que se quedaron en el camino, algunas de ellas consecuencia de no saber elegir, de no tomar la decisión correcta, de dejarnos llevar por miedos, inseguridades, falta de información o de valentía.

En el otro extremo, las decisiones acertadas, normalmente más presentes en nuestra memoria y que, aunque no repasemos a menudo, si es verdad que nos llenan de satisfacción al recordarlas: "vivir donde queríamos", "decidir perdonar por mantener una buena amistad", "elegir a nuestro compañero de viaje", "denunciar una injusticia", "formar una familia", "defender al débil"...

Pero, ¡cuidado!, no todo es tan sencillo como parece. Echemos un vistazo, después de más de medio siglo de vida, a la teoría de la disonancia cognitiva de Festinger:

- Después de una importante decisión, nuestros pensamientos positivos tienden, inconscientemente, a reforzar la opción elegida, mientras asignamos, también automáticamente, los aspectos negativos a la desechada. Con un ejemplo lo comprobaremos enseguida: si dudamos mucho entre comprarnos dos modelos de coche, una vez que nos hayamos decidido por uno, tenderemos a valorar los aspectos positivos que tenía esa opción (mayor potencia, mejor seguridad, etc.) y, consecuentemente, infravalorar los aspectos negativos (por ejemplo el precio o el consumo). De esta forma, el coche que se quedó en el concesionario estará repleto de aspectos negativos (peor relación calidad-precio o menor potencia) y menos positivos (la escasa diferencia en el maletero es insignificante).

- Es más, una vez tomada la decisión, filtraremos las nuevas informaciones que nos lleguen, de tal forma que seleccionaremos aquellas que corroboren nuestra opción: "ha sido elegido coche en Europa".

- Es decir, la teoría viene a señalar que los seres humanos somos tan "débiles" que no soportaríamos la tensión que nos produciría ser conscientes de haber tomado la decisión equivocada, se produciría una disonancia, de ahí el nombre de esta teoría psicológica.

Pues bien, de esos otros caminos pretendo hablarles aquí. Mientras tanto, estoy convencido de que todos nosotros nos hemos preguntado alguna vez, ¿qué hubiera sido de mí si...?

Tal vez la felicidad sea el arte de saber elegir

lunes, 11 de mayo de 2009

Una vida repleta de besos




¿Qué besos nos han traído hasta aquí? Detrás de la mayoría de ellos hay una historia...

Aquél primero que me atreví a dar sin necesidad de que fuera con motivo de acompañarte a casa

El largo, larguísimo, ese que te dejaba la mandíbula con agujetas

El infiel, causante de muchas peleas y, la mayoría de las veces, insignificante

El anhelado, que nunca me he atrevido a darte

El de una madre cuando vuelves a casa

El amargo, ese que no consigues olvidar

El convencional, cuando la educación vence al corazón

El que sella una convivencia y fija un rumbo

El de tus hijos, ese que tanto reconforta

El que necesito en silencio y a veces tardas en darme

Y ustedes, ¿qué hay detrás de sus besos?, ¿se acuerdan del primero?, ¿cuál les ha costado más dar?, ¿alguno les ha marcado la vida? Espero sus comentarios

Un beso