miércoles, 12 de mayo de 2010

Aventura en sentido puro

Gracias a mi padre, desde pequeño, sentí una especial atracción por el cine y, concretamente por el de aventuras. Hoy les dejo con "Tarzán de los monos", la primera entrega de todo un clásico del cine de aventuras. Espero que lo disfruten a pantalla completa y a 4:3.

viernes, 7 de mayo de 2010

Canciones, descubrimientos y amigos especiales

Un consejo para saborear esta entrada. Arranquen el siguiente vídeo y escuchen la canción mientras leen el texto.



Hace tiempo que debería haber escrito ésta u otra entrada similar, aquí o en cualquier otro lugar. Sencillamente, se lo debía.

Gracias a ellos descubrí algunas cosas muy importantes en mi vida. No piensen en nada trascendental o profundo, más bien son pequeños detalles pero que, vistos ahora desde la lejanía del tiempo, han conseguido hacerme un poco más feliz.

Santi y Fermín, dos chicos algo mayores que yo, que venían de la capital, concretamente de Torrejón de Ardoz, que habían nacido en Canadá y que tenían unos primos holandeses. Vaya cóctel para un chico de provincias como yo en aquellos últimos años de la década de los 70.

Su abuela, vecina del barrio, enseguida nos presentó para que nuestra pandilla jugara con ellos. No recuerdo por qué razón enseguida conectamos, cosa que no ocurrió con el resto de amigos y que nunca dudaron en reprocharme ("ya verás cuando se vayan", "luego no nos llames a nosotros"). Cosas de niños pero que, en su momento, eran tremendamente importantes y trascendentales. Eran momentos de duda, de tensión, sobre todo cuando tenías que elegir "inmediatamente" entre jugar al rescate con tu pandilla de siempre o descubrir cosas diferentes con tus nuevos compañeros.

Con los amigos de todos los días quedabas en la calle, jugabas en los alrededores y casi nunca subías a sus casas, solamente si habías quedado en pasarlos a buscar. Lo de estar en casa jugando no se llevaba en aquella época, pues ¿a qué ibas a jugar? Ni un buen partido de fútbol ni un rescate se podían jugar entre cuatro paredes.

Sin embargo, mis nuevos amigos me brindaron enseguida amablemente la posibilidad de subir a casa de su abuela para hacer cosas que yo desconocía. No, no piensen mal, eso vendría algo más tarde.

Los canadienses, como los llamábamos nosotros, tenían radiocasette y cascos, algo de lo que carecíamos la mayoría de nosotros en aquellos días. Si algún joven de hoy en día leyera esta historia mientras escucha música con su mp4, ipod o teléfono, pensará que lo que cuento es imposible. Pero no, a finales de los setenta, casi ningún niño disponía en casa de ningún aparato de música, salvo la radio.

Sin embargo, la cosa no quedaba ahí, era aún más grave. la música que traían para escuchar era grabada de discos originales, de los LP de 33 revoluciones, que escuchaban en una cadena de música con pletina para cintas. ¡Uf!, eso ya era demasiado, unos amigos medio extranjeros con cadena de música. Ahora eso sí, estaban bien enseñados y me decían que sus padres les hacían echar unas monedas después de escuchar música para que, con ese dinero, se pudiera cambiar la aguja que leía los discos y que supongo costaba una cantidad importante de pesetas.

Pero, ¿qué música traían? Pues, básicamente, una cinta de "Equinoxe", de Jean Michel Jarre, en la que al final, para aprovechar el espacio y no dejarlo en blanco hasta el final de la cara, habían grabado el himno de Canadá.

Gracias a ellos descubrí la música electrónica que, con el tiempo, me acercaría a otros autores como Vangelis, Mike Oldfield, Alan Parsons, Kítaro, etc. Pero lo importante no fue el descubrimiento de ese tipo de melodías, si no el placer de escucharlas tranquilamente, eso me parecía algo de mayores. Había llegado el momento de no estar todo el día corriendo de acá para allá, había que hacer otras cosas.

Recuerdo perfectamente como en una habitación de dos camas nos tumbábamos a escuchar la cinta, una y otra vez, imaginando lo que quería trasmitir, relacionando cada acorde con algo conocido, aprendiéndonosla casi de memoria.

Los humanos aprendemos por repetición y hay músicas y letras de canciones que permanecen escondidas en nuestra memoria, muchas veces sin que seamos conscientes de ello, de tanto haberlas escuchado. En otra ocasión les hablaré de mis visitas a la Fonoteca de Zamora, un lugar donde se podía escuchar la música que nos gustaba para todos aquellos que no teníamos dinero ni medios para hacerlo en casa.

Nos quedamos en aquella habitación de Maxi, o de "la zarzosa" como la llamaban en mi casa, pero que no era otra que la abuela de los canadienses. Allí también descubrí algo muy importante en mi vida, pero esa será otra historia.

lunes, 3 de mayo de 2010

En primera persona

Seguro que comparten conmigo la opinión de que para conocer cualquier cosa bien hay que probarla o sentirla en primera persona. Pues bien, hoy les traigo un recuerdo que les había prometido cuando hablé de ciertos fluidos corporales con ocasión del cumplimiento del servicio militar.

Si aquella entrada les pareció algo escatológica, espero pillarles en esta ocasión con la digestión bien hecha y les prevengo que la de hoy no es la ideal para acompañar cualquier tipo de tentempié.

Uno de los cometidos de la "Sección de Acción Inmediata" (SAI) de la Policía Aérea (PA), una especie de hombres de Harrelson de pacotilla...



... era el acompañamiento de cualquier vehículo civil dentro del recinto militar fuera del horario habitual. Es decir, a determinadas horas, en este caso al anochecer, cualquier vehículo que entrara al cuartel debía ser acompañado y "vigilado" por un miembro de esta sección de la policía.

Nada más ser asignado a esa unidad comienzas a oír hablar de "acompañar al guarro" como uno de los servicios que a nadie le gusta realizar. Te cuentan un poco como es la cosa pero hasta que no lo vives en primera persona no compruebas realmente que, a veces, la realidad puede superar a la ficción.

Por fín llegó ese gran día. Una furgoneta blanca esperaba en el control de seguridad detrás de la barrera que da acceso al recinto. Con aplomo me encaminé hacia el vehículo y abrí la puerta del copiloto. Antes de que ni siquiera pudiera abrir la boca para saludar al conductor, un olor que todavía hoy no sabría muy bien definir me dejó los sentidos abotargados. Me imagino que mi acompañante, nada más ver mi cara, adivinó enseguida que se trataba de mi primer servicio con él, no porque no me conociera sino, más bien, por la expresión de asco que supuse debí poner en aquel momento.

La escasa distancia que separaba la entrada del cuartel del comedor se me hizo eterna. No veía el momento de llegar a nuestro destino. Como si se tratara del protagonista de cualquier película de miedo que se precie, intentaba mirar hacia atrás para intentar descubrir qué era aquello que podía producir un olor tan nauseabundo, sin embargo algo me impedía girar el cuello hacia atrás.

En el momento en que la furgoneta se detuvo y el conductor se bajó, comprendí enseguida cual era su objetivo: recoger los desperdicios sobrantes del comedor. Sin moverme del coche y casi del asiento, a través del espejo exterior vi como mi acompañante acercaba los cubos a la parte trasera de la furgoneta. Cuando el portón trasero se abrió tuve el arrojo necesario para volver la vista atrás y contemplar, boquiabierto, el origen de semejante fragancia.

Ante mis ojos se extendía una especie de collage del desecho. Tanto del suelo como de los laterales de la parte trasera de aquella furgoneta jamás se habría podido deducir que algún día habían sido blancos. Todo estaba salpicado de restos de comida, de diferentes colores, texturas y épocas, conformando estalactitas y estalagmitas en diversos grados de sequedad. La imagen se asemejaba más a un escenario de la matanza de Texas que a un medio de transporte.

Mientras mi rostro reflejaba asco y extrañeza a partes iguales, "el guarro", que a estas alturas del relato ya habrán descubierto el origen de su nombre, permanecía entretenido vaciando los contenedores dentro de la furgoneta. Una vez que tan exquisita y codiciada mercancía estaba a buen recaudo, comenzamos el camino de vuelta hacia la salida del cuartel.

Por fin nos detuvimos delante de la barrera de seguridad y abrí la puerta para bajarme de la furgoneta. ¡Qué satisfacción! Nunca me he alegrado tanto de bajarme de un coche, ni después de un viaje con un mal conductor ni creo que de una posible experiencia con Carlos Sainz o Fernando Alonso. Bajar de aquel vehículo fue volver a la realidad, el olfato funcionaba e incluso el cuartel parecía haberse convertido en un campo de azahar. Aire puro, limpio. Debí de suspirar.

jueves, 22 de abril de 2010

lunes, 19 de abril de 2010

Un trabajo para soñar



Hace algún tiempo les traje la historia de una curiosa entrevista de trabajo que mantuve años atrás y, en aquel momento, les prometí que volvería sobre el tema.

Pues bien, ha llegado la hora de recordar la primera de las muchas entrevistas laborales que he tenido que realizar, como supongo que ustedes, a lo largo de mi trayectoria profesional.

La verdad es que la recuerdo no por ser la primera si no, más bien, por lo peculiar que fue. Los recuerdos son algo difusos, por ejemplo ignoro exactamente en qué año se produjo (1988, 89 ó 90); sin embargo, recuerdo que la posibilidad de trabajo llegó de la mano de uno de mis mejores amigos y compañeros de clase cuando estábamos estudiando la carrera de Psicología en Salamanca.

Acudí a la cita, junto con mi amigo, sin mucho ánimo y con bastantes reticencias. La información que había era poca y todo se concretaría en el encuentro marcado. Lo primero que me sorprendió fue que la entrevista tendría lugar en la propia casa del entrevistador, un psicólogo especialista en terapias psicoanalíticas que utilizaba parte de su vivienda como gabinete profesional.

El tema no me atraía en absoluto pues mis preferencias y expectativas laborales no iban encaminadas en esa dirección. Después de los saludos iniciales y supongo que una invitación a café, nos sugirió que nos presentáramos. No recuerdo si hablé en primer o en segundo lugar, pero sí que mis palabras salían con dificultad de mi boca y en un tono demasiado bajo. La seguridad y el aplomo de mi compañero debieron contrastar aún más con mi término de comparación.

Si la memoria no me falla, el entrevistador pasó luego a concretarnos la oferta laboral. Es una pena carecer de algún testimonio gráfico de las caras que imagino que comencé a poner cuando el psicólogo clínico nos iba explicando el contenido de nuestro trabajo. Si recuerdo bien, sus terapias se basaban en un adecuada relajación del paciente, lo cual se conseguía gracias a un colchón que, curiosamente, el vendía a sus pacientes. Sí, sí, han escuchado bien, los pacientes que acudían a su consulta debían salir de ella con un colchón bajo el brazo. Ese debía ser nuestro objetivo.

De los aspectos meramente laborales y crematísticos no consigo acordarme, supongo que se trataba de un trabajo a comisión que, en realidad, nada tenía que ver con la psicología clínica.

Desconozco si vendió o no muchos colchones, e incluso si ahora pueda ser uno de los máximos accionistas de Lo Mónaco. Semejante individuo, que responde a las iniciales de J.S., supongo que no habrá llegado a mucho en el campo de la psicología clínica. Desde luego así lo espero por el bien de sus pacientes y de la profesión.

Psicólogos como éstos y otros charlatanes capaces de curar cualquier tipo de trastorno han hecho muchísimo daño a la profesión, introduciendo oscurantismo y palabrería a una labor que debe ser ejercida con dignidad y exhaustiva profesionalidad, amén de otra serie de principios éticos y deontológicos que no es el momento ni el lugar de recordar.

Pero, ¿y ustedes?, ¿también han tenido entrevistas de trabajo curiosas?

miércoles, 14 de abril de 2010

Buceando en la memoria

El domingo pasado, intentando buscar algo medianamente digerible en la televisión para acompañar la sobremesa, me topé en un canal autonómico con una película que en su momento, allá por 1990, me quedé con ganas de ver, "Despertares".

La película, basada en hechos reales, narra la historia de un neurólogo que cambia el modo de ver y de tratar a un grupo de pacientes internados en una institución para trastornos mentales. Su capacidad para saber mirar de otra forma a esas personas en estado casi catatónico, consecuencia de una epidemia de encefalitis letárgica que sufrió Estados Unidos en las primeras décadas del siglo XX, junto con su apuesta por un innovador tratamiento con una sustancia denominada l-dopa consiguen resultados alentadores sobre todo en Leonard, uno de los pacientes interpretado por Robert De Niro.

La historia está basada en las experiencias del eminente doctor Oliver Sacks, al que da vida en la película Robin Williams, aunque bajo otro nombre.

Este famoso neurólogo es autor de libros tan extraordinarios como "El hombre que confundió a su mujer con un sombrero", un magnífico relato de curiosísimos casos clínicos escrito de forma muy amena.

Eduard Punset, en su programa Redes, entrevistó a Sacks en su casa en el año 2006.


www.Tu.tv


La película y la figura de Sacks me hicieron recordar mis tiempos de estudiante de Psicología y recuperar mi interés por aspectos como la memoria y la pérdida de ella. Tal vez por eso, incoscientemente, este blog este dedicado a mis recuerdos y las emociones que despertaron.

martes, 30 de marzo de 2010

Momentos de pasión

La Semana Santa ha llegado a Zamora y, como cada año, la ciudad se transforma dispuesta a vivir un aluvión de momentos de pasión.

Las calles del casco antiguo mudan sus colores, cambian su olor y atenúan su luz. Los miles de turistas que nos visitan se sorprenden del silencio, el respeto y el recogimiento con el que nuestras gentes acogen los desfiles procesionales. Aquí la pasión de Cristo se vive de un modo diferente, único.

Desde bien pequeño siempre he sentido una gran admiración por nuestra Semana Santa, aunque no formo parte de ese numeroso grupo de zamoranos que sale en las procesiones, normalmente en más de una cofradía. Siempre me ha gustado vivirla desde fuera.

Cuando uno tenía unos cuantos años menos esta semana suponía estar prácticamente todo el día fuera de casa. Uno era capaz de tirarse horas esperando el paso de la procesión en primera fila, luego verla en determinados rincones y, a veces, por ambos lados, si salían muchos conocidos.

En esos días todos los zamoranos salen a la calle, inundan las aceras, esperan con sosiego los desfiles comiendo toneladas de pipas y disfrutan de esos momentos mágicos que cada cual vive íntimamente. ¡Qué difícil resulta hablar de algo que uno lleva tan profundamente en el corazón!

Aunque hay multitud de momentos de pasión, quiero compartir algunos de ellos. Sin duda, para mí, sobre todo uno, refleja lo que es nuestra Semana Santa, la procesión del Jueves Santo de la Hermandad de Jesús Yacente.

El cristo yacente entrando por una de las esquinas de la Plaza de Viriato, una plaza cuadrangular en la que esperan dispuestos todos los cofrades, una plaza en la que, en la oscuridad de la noche, no cabe ni una alfiler. Una vez que el cristo entra en la plaza, la pequeña campana que acompaña la imagen dejan de sonar y el coro de la hermandad comienza a entonar el Miserere, casi 8 minutos que te encogen el corazón, te ponen los pelos de punta y te resecan la garganta. El tiempo necesario para que la escenificación vívida de la muerte de Jesús de la vuelta completa a la plaza.



Pero esta semana nos brinda otros preciosos momentos, imágenes y sonidos que perdurarán en nuestra memoria: el eco del bombardino de las Capas Pardas, la Virgen de la Esperanza cruzando el río, el canto del Jerusalem, el juramento del Silencio, los acordes de la marcha de Thalberg...

El Viernes Santo llegó,
sopas de ajo y ronco tambor.

Recordarás
tiempos de mi niñez,
juventud, que se fue,
volverán.

Una mañana sin par,
algo sublime,
difícil contar.

Suave mañana
de sin par color,
son momentos tan emotivos,
...
zamoranos muy unidos,
disfrutemos.



... el baile del cinco de copas a la salida de la iglesia de San Juan, la reverencia en la madrugada del Viernes Santo...

Desde aquí les invito a vivirlos en primera persona. Si hay un momento para visitar Zamora, desde luego es en estas fechas. ¡No se arrepentirán!

miércoles, 24 de marzo de 2010

Galería de recuerdos (IV)



Aunque la primavera parece haber llegado solo a nuestros calendarios, si es verdad que ya se empiezan a ver algunos "brotes verdes" o síntomas primaverales: floración de algunos árboles, aves en pleno cortejo y otras ya ocupadas en construir sus nidos, niños llenando los parques, valientes en manga corta...

Uno de los recuerdos más primaverales que tengo de mi infancia es el de los pámpanos, nombre que nosotros dábamos a esas flores blancas de peculiar aroma y que según parece pertenecen a las robinias o falsas acacias. Pero más que su olor, recuerdo su sabor, pues trepábamos a los árboles y nos las comíamos en cantidades suficientes para no terminar con un dolor de barriga, lo que irremediablemente te ocurría si te pasabas con los pámpanos.

Pero esos no eran los únicos árboles a los que subíamos. Los árboles de morera estaban muy solicitados pues era preciso trepar a ellos para conseguir el alimento necesario para nuestros gusanos de seda. Una leyenda urbana decía que no era aconsejable darles lechuga pues se les explotaba la cabeza, cosa que creo que llegué a comprobar alguna que otra vez, no sé si por interés científico o por mera curiosidad.


Sin embargo, lo que sigue presente en mi memoria es el olor de las cajas de zapatos perforadas donde criábamos a los gusanos. Creo que ese aroma, inherente a toda esa metamorfosis, era el responsable de que nunca tuviera la paciencia necesaria para ver terminar el proceso, es decir, ver al gusano convertido en mariposa. A medio camino, más o menos en la fase de capullo, mis cajas con gusanos solían acabar en la basura.

También recuerdo las subidas a los cipreses del parque del Castillo pues éstos nos proporcionaban la munición necesaria para poder participar en esos juegos tan educativos que consistían en verdaderas batallas campales de intercambio de proyectiles.


El resultado de tanto trepar quedaba perfectamente reflejado en diversos cortes, heridas incisocontusas y moratones varios que terminaban adornando brazos y piernas de un cuerpo que parecía ejemplificar la llegada de la pasión de la Semana Santa.

Y vosotros, ¿también os subíais a los árboles?

sábado, 20 de marzo de 2010

Un circo que merece la pena

La televisión de hoy en día se ha convertido en un siniestro circo por el que desfilan las criaturas más abominables que ha generado esta sociedad carente de valores y de simple humanidad.

Hoy les traigo, en Versión Orginal Subtitulada, "La parada de los monstruos", un clásico de los años 30 del pasado siglo, un canto a la diferencia de la mano de un puñado de personajes singulares que seguro les atraparán.

Como siempre, recomiendo la opción de pantalla completa



Para los que ya la conozcan les dejo un montón de curiosidades sobre la película.

martes, 16 de marzo de 2010

La primera vez

Aunque las cenizas grises del tanatorio me nublaban un poco la vista, desde allí se podía divisar un mar azul que enseguida evocó un maravilloso instante del pasado.

Ese mismo mar, más de treinta años antes, había supuesto para mí una experiencia inolvidable. Para un niño de tierra adentro el mar resultaba algo sorprendente y tremendamente novedoso.

Ahora, desde aquella terraza acristalada, recordé mi primer viaje en barco. Una travesía corta, desde Coruña a la playa de Santa Cristina, pero que para mí supuso todo un mundo de sensaciones que aún hoy todavía recuerdo.



Esa es la foto de aquel viaje y éste mi recuerdo para uno de aquellos protagonistas que me acompañó en esa mágica travesía, en el momento que doy mi último adiós a su viuda.

Desconozco si aquella primera vez ha sido determinante en mi vida para desarrollar una verdadera pasión por el mar, los barcos y, más recientemente, por el modelismo naval.

Ahora, echando la vista atrás, me doy cuenta de que soy capaz de recordar cada una de las escasas ocasiones en que he tenido la oportunidad de subirme a un barco: Coruña, Laredo, Mallorca, Copenhague, Noruega, Gandía.

Consciente del inexorable paso del tiempo, compruebo como, poco a poco, las fotografías del pasado se van cobrando protagonistas. Comienzan a salir de las instantáneas pero permanecen en nuestro recuerdo, lo mismo que el mar, que los barcos, que aquellas primeras veces…

martes, 2 de marzo de 2010

Feeling




Importadas de Estados Unidos hace ya tiempo llegaron a España las citas rápidas o "speed dating". Encuentros de cinco o siete minutos en los que dos personas charlan para conocerse mejor. Según los expertos, ese tiempo es suficiente para saber si desearías volver a ver a la otra persona o, en el caso de que no te guste, no te sientas incómodo. Una versión más reciente de estas citas a ciegas son las que se desarrollan on-line, a través de videoconferencia.

La primera impresión es tan importante que no existe una segunda para remediarla. Este primer golpe de vista resulta difícil de cambiar y de él nos servimos tanto en el amor, como en la amistad y el trabajo. Las investigaciones actuales insisten en que la opinión sobre la otra persona se emite en cuestión de segundos y suele ser bastante fiable. Esta primera impresión parece generarse de forma subconsciente y en la que influye de manera determinante el lenguaje corporal.

Numerosos estudios han demostrado que las personas llegan a conclusiones sobre otras basándose en muy poca información, pero lo que resulta llamativo es comprobar que muchas de esas impresiones encierran conclusiones correctas, y que se puede llegar a éstas incluso a partir de algo tan simple como una única fotografía o la visión de un vídeo unos pocos segundos.

Recientes investigaciones parecen indicar que el futuro de las relaciones interpersonales se decide realmente en los primeros minutos de conversación entre dos personas. En este tiempo, las personas determinan las oportunidades de una relación con el otro y evalúan su disposición a realizar el esfuerzo necesario para que se convierta en una buena amistad o en un romance.

Además, esta opinión tiende a mantenerse estable a lo largo del tiempo y suele resultar difícil cambiarla, debido a que implica partir otra vez de cero: evaluar de nuevo toda la información que tenemos de esa persona, admitir que nos hemos equivocado y llegar a conclusiones diferentes que nos empujarían a cambiar nuestro comportamiento. Por tanto, es mucho más fácil mantener siempre la misma opinión, a no ser que nos encontremos con información que es claramente inconsistente con la impresión que nos hemos formado.

La gente se suele quedar con la primera impresión que recibe, y en el futuro sigue buscando claves que confirmen esa primera impresión pues, como ya comentamos aquí, nos resulta difícil admitir que nos hemos equivocado.

sábado, 27 de febrero de 2010

El hombre frente al mundo

Cada semana una propuesta en forma de recomendación cinematográfica o simplemente, como diría el magnífico crítico Javier Pérez de Albéniz, una razón para no ver televisión.

Inaugura la sección un clásico de la serie B de los años 50: “El increíble hombre menguante”.

Los que desconozcan la película o simplemente quieran recuperarla, aquí se las dejo:



¡Que la disfruten! (Les aconsejo que la pongan a pantalla completa)

jueves, 25 de febrero de 2010

Aquellos pises trajeron estos barcos




La historia que les traigo hoy se que les va a resultar muy curiosa, lo mismo que la forma en que se gestó.

Leyendo diferentes artículos sobre la 33ª edición de la Copa América, me topé con un uno de ellos que señalaba al magnate Ernesto Bertarelli, dueño del Alinghi, como ex propietario de la multinacional farmacéutica Serono.

Ese nombre enseguida hizo saltar un click en mi cabeza, disparando una asociación de recuerdos. Después de unos breves segundos, hallé la respuesta: Serono era el nombre de la empresa que recogía el pis en nuestro cuartel cuando hice la mili allá por el año 1993.

Sí, sí, han oído bien, los militares de la Escuela de Transmisiones del Ejército del Aire en Cuatro Vientos (Madrid) podíamos, si así lo deseábamos, donar nuestra orina para fines farmacéuticos. La verdad es que esa posibilidad nos sorprendió a todos y comentándolo con familiares y amigos, incluso reclutas de otros cuarteles, nadie conocía una práctica tan singular.

Muchos de los compañeros de reemplazo mostraban suspicacias sobre la finalidad de tal recogida, pensando sobre todo que era una forma de comprobar si había consumo de sustancias prohibidas dentro del cuartel.

Las muestras se obtenían en unos bidones transparentes ubicados al efecto en algunos de los servicios del cuartel, cerca de los urinarios de pié. Esos recipientes de gran tamaño estaban coronados por una especie de cuñas a la altura de la zona propicia para realizar tal menester y eran reemplazados por otros nuevos cuando estaban llenos.

Para mi asombro, intentando corroborar mis recuerdos con San Google, encuentro una serie de noticias de aquella época que hablan de una trama de la orina en el ejército y que informan sobre la implicación de ex altos cargos del PSOE. Informaciones que acabaron llegando a nuestro Parlamento tratando de aclarar esa oscura y singular concesión.

Mucho dinero estaba en juego. Gracias a la donación voluntaria y completamente desinteresada de militares como yo, como consecuencia de una concesión por la cual, en principio, nuestro ejército no percibía ninguna contraprestación, la industria farmacéutica conseguía sintetizar los principios activos de sus costosos tratamientos.

Sin embargo, no sólo la orina de los hombres estaba enriqueciendo a Serono. Sus investigadores habían descubierto que la orina de las mujeres en la menopausia contiene una sustancia natural, la gonadotropina, que se presta para sintetizar un fármaco destinado a luchar contra la infertilidad.

Para disponer de una buena calidad y de grandes cantidades de esta “materia prima”, durante años Serono tomó muestras de orina en los conventos italianos, con el consentimiento del Vaticano. Así, gracias a la contribución de las monjas que hicieron los votos de castidad, la empresa comercializa uno de los primeros medicamentos capaces de estimular la fertilidad.

Pero las italianas no fueron las únicas que colaboraron desinteresadamente con la multinacional, dicho mérito hay que atribuírselo también a las españolas y más concretamente a las madrileñas, como se puede comprobar en esta pregunta en el Senado.

Pues bien, ya estamos de nuevo el presente y aquellas procelosas aguas menores, que Serono consiguió desinteresadamente obtener, han vuelto a nuestro país y más concretamente a Valencia, de la mano del magnate suizo.

Siguiendo de una forma lógica esta sucesión de hechos, me veo obligado irremediablemente a sentirme responsable de que Valencia haya podido disfrutar estas dos últimas ediciones de las regatas de la Copa América.

Nota.- Perdónenme si parte de la entrada les ha parecido algo escatológica, aunque les prevengo que la asociación de ideas que ha desatado en mi memoria me ha traído otro recuerdo de la época, otra curiosidad de la que pronto prometo hablarles aquí.

miércoles, 24 de febrero de 2010

No olviden este cultivo




Ayer, entre lágrimas, mi padre me recordaba la importancia de la amistad. El motivo no era otro que la muerte de su mejor y más viejo amigo. Creo que su dolor provenía no solo de la pérdida en sí, si no, sobre todo, del sentimiento de no haber podido despedirse de él. Hacía mucho tiempo que no se veían, pues las enfermedades de ambos habían ido aplazando un encuentro que, tristemente, ya no se va a poder producir.

Es triste comprobar que a veces tengamos que sufrir acontecimientos como éstos para que valoremos en su justa medida la importancia de cultivar una buena amistad, algo que sinceramente pienso está en el debe de la mayoría de nosotros.

Resulta paradójico que estemos asistiendo al boom de las redes sociales, en las que a través de unos cuantos clicks de ratón hacemos el esfuerzo por reencontrar a un compañero de colegio del que hace 30 años que no habíamos vuelto a saber nada y, sin embargo, no dediquemos mucho menos tiempo a un buen amigo.

Voy un paso más allá, ¿las redes sociales no estarán generando relaciones ficticias?, ¿por qué nos volcamos en ellas y nos olvidamos de las reales?, ¿por qué nos gusta mirar tanto al pasado, en vez de pensar en el presente y en el futuro?

Es curioso comprobar como van cambiando los hábitos. Primero desaparecieron las cartas, luego las felicitaciones navideñas y ahora, hasta las llamadas de teléfono. En la actualidad fomentamos nuestras relaciones a través de correos electrónicos, en los que en la mayoría de las ocasiones nos limitamos a reenviar algún archivo divertido, mensajes al móvil, páginas web, blogs, facebook, twenty...

Ahora mantenerse en contacto es intercambiarse e-mails recíprocamente. Solo después de un tiempo sin recibir un correo de un amigo, sin que actualice su blog o suba nuevas fotos a su red social, te empiezas a preguntar si estará de vacaciones, le habrán echado de la empresa, o tal vez algo peor. Sin embargo, inmediatamente piensas: "me habría mandado un correo para decírmelo (me voy de viaje)", "lo habría explicado en su blog (el jefe me tiene en su punto de mira)", o "habría recibido de algún amigo común un archivo adjunto" (te envío la esquela de Alberto escanedada)".

Así que ya lo saben, visiten a su amigos o, cuando menos, descuelguen el teléfono y hablen con ellos, pregúntenles qué tal les va, cuéntenles sus novedades. Rieguen a menudo esa planta que es la amistad y no la dejen marchitar pues, de lo contrario, se arrepentirán.

viernes, 19 de febrero de 2010

Un canto a la esperanza





Imagen ganadora del prestigioso premio de fotografía de prensa World Press Photo 2010, obra del italiano Pietro Masturzo. La fotografía se tomó en los tejados de Teherán la noche en que la gente gritaba su rechazo a los resultados de las elecciones en Irán y, según los jueces, recoge "el inicio de algo, el inicio de una gran historia".

En tiempos difíciles como los que vivimos, los gritos de protesta de esas mujeres son un canto a la esperanza, una invitación a la acción, a no quedarse con los brazos cruzados. La fotografía parece querer decirnos que hay luz aún siendo de noche, que hay salida...


Una curiosidad.- La anterior imagen que seleccionamos para inaugurar esta sección, ésta, ha sido también la elegida por Juan José Millas en el País Semanal del pasado domingo.

jueves, 18 de febrero de 2010

Galería de recuerdos (III)



¡Quedes cotos y terrenos con güa o sin güa!

No, no se alarmen, todavía no me he vuelto loco ni he conseguido expresarme en otro idioma que no sea el castellano. Simplemente les traigo algunos recuerdos de mi infancia de la mano de aquellos juegos de canicas que nos tenían entretenidos en la calle durante horas y horas. ¡Qué pena me dan los niños de hoy que no pueden disfrutar de los juegos en la calle!

Volvamos a finales de los 70. Varios son los juegos de canicas a los que se podía jugar.

El más simple era "el chiquilín-güa". Se hacía un agujero (gua) en la arena, en aquella época había muchos lugares sin asfaltar, tanto cerca de casa como del colegio, y luego, cada jugador plantaba su bola en un lugar, normalmente ligeramente escondida para que a los rivales les fuera más difícil acertarle: detras de un montículo de arena, detrás de una piedra, etc.

El güa se utilizaba como comodín, es decir, se podía intentar acercar a la bola del rival, pasando primero por el güa; de esta forma, el turno continuaba y se podía atacar mejor a la canica del enemigo. Una vez en el güa se podían pronunciar las palabras mágicas que comenzaban esta entrada y que significaban que en ese momento, el jugador rival tenía que quitar los obstáculos que tapaban su bola para dejarla más expuesta.

El juego consistía en acertar con tu bola a otra de un rival (chiquilín) y luego, inmediatamente y desde la posición en que hubiera quedado, meter tu bola en el güa. De esta forma se conseguía ganar al rival una canica, dos, tres... o el número que se hubiera fijado antes de la partida.

En este punto, es preciso recordar que existían una serie de normas de caballeros: reglas no escritas que, por ejemplo, aconsejaban que no te podías marchar para casa cuando estabas ganando sin darle la oportunidad a tu rival de recuperarse de su pérdida de canicas. Tampoco se permitía "meter morro", que era acercarse más de la cuenta a la bola rival en el momento de tirar con la nuestra.

Varias eran las formas de tirar con la bola, la primera, más antigua (pues era la aconsejada por los padres) consistía en cerrar el puño y con el pulgar doblado ligeramente hacia dentro, por debajo del índice, colocar encima de aquél la bola y desplazándo el pulgar hacia fuera permitir que la bola saliera despedida con fuerza.

Otra forma, más moderna y habitual entre los niños de la época, era ayudándose de la mano izquierda, para los diestros, levantar ésta del suelo, en un ángulo de 90º aproximadamente (más sería meter morro), únicamente apoyándose en el meñique y apoyar en el pulgar de la mano izquierda: la canica, y el pulgar de la mano derecha, en el que a su vez se apoyaba el índice de la mano derecha, que era el que impulsaba la bola.

Había tardes que salías con tu bolsa de tela, que te había hecho tu madre, repleta de canicas y volvías a casa sólo con unas cuantas. Los padres intuían el contenido de la bolsa únicamente al observar la expresión de la cara con la que uno volvía a casa. Luego venían los recordatorios ("te he dicho que no juegues con mayores"), o las preguntas ("pero cuantas has perdido hoy").

Otras veces, las menos, la sonrisa al volver a cenar delataba un aumento considerable del tamaño de la bolsa, convirtiéndose en el momento oportuno para comentar con la familia la partida: amigos a los que se había despeluchado, jugadas irrepetibles u horarios de futuros enfrentamientos. Y ya de puestos, fruto del optimismo, solicitar a mamá la realización de una nueva bolsa más grande.

En cuanto a los materiales de las canicas, empezaron siendo de cristal, las había que en su interior tenían dibujos y otras, más modernas, que eran monocromáticas y con aspecto de cristal traslúcido o ahumado. Más tarde llegarían las bolas que llamábamos de "nacar", que eran algo así como de porcelana blanca con dibujos. Pero eso sí, cuando realmente querías causar daños irreparables en las canicas de tu rival sacabas las bolas de acero, normalmente provinientes de rodamientos. Un buen chiquilín con una bola de acero sobre una de cristal producía en esta daños irreparables, se desprendía parte del cristal y esa bola ya no volvía a ser la que había sido.

Cada uno normalmente teníamos dos ó tres canicas preferidas, esas que nunca nos apostaríamos, bregadas en mil partidas, adaptadas a nuestros dedos como un guante y gracias a las cuales nuestro pequeño patrimonio de bolas iba aumentando.

El otro juego de canicas más popular en aquellos años era "la condena" consistía en un círculo dibujado en el suelo con un palo, la uña o la yema del dedo, dependiendo de la dureza de la tierra, en el que cada jugador dejaba el mismo número de bolas, que eran las que se iban a apostar. A cierta distancia (8 ó 10 mts.) se dibujaba una línea desde la que se realizaba la primera tirada. El orden se establecía tirando anteriormente hacia esa línea y el que más cerca quedara salía el primero. El juego consistía en irse acercando, en cuantas menos tiradas mejor, hacia el círculo, con el objetivo de sacar de un chiquilín cuantas más bolas de la condena, mejor. Si al tirar, la bola propia quedaba dentro del círculo al intentar sacar otra, perdías el juego y también la bola con la que estabas tirando. En caso de acertar el turno pasaba al siguiente jugador. El juego acababa cuando no quedaba ninguna canica dentro del círculo o todos los jugadores perdían.

martes, 16 de febrero de 2010

Punto de inflexión




Una vez inmerso en la cuarta década de mi vida, hay ciertas cosas de las que uno empieza a ser consciente, aunque le duelan, y que el tiempo te ayuda a comprender y aceptar.

Si hago caso de las estadísticas que sitúan la esperanza media de vida de un varón en España alrededor de los 81 años, automáticamente me doy cuenta de que me encuentro en ese momento crucial de la vida que, utilizando un símil ciclista, separa el duro ascenso del puerto y su vertiginoso descenso o, si hablamos de surf, nos sitúa en la cresta de la ola.

Es un buen momento pues para plantearse una duda: ¿he conseguido llegar a la meta? La respuesta es sencilla, no. Muchos son todavía los objetivos que quedan por conseguir, algunos afortunadamente ya llevo en mi morral, sin embargo son todavía más los pendientes de alcanzar.

Algunos de ellos han quedado en el olvido y otros, la mayoría, se han ido sustituyendo por retos diferentes, nuevas prioridades, distintos intereses… Es curioso y gratificante echar la vista atrás y revisitar aquellos deseos pasados. Les animo a ello, creo que puede resultar un ejercicio interesante y que seguro nos podrá ayudar a afrontar la inminente cuesta abajo.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Regálate un mulligan



Los aficionados al golf utilizan la palabra inglesa"mulligan" para designar la opción de poder repetir la salida en el primer hoyo cuando se está disputando un partido amistoso. Sin embargo, de la mano del mítico Severiano Ballesteros, gracias a sus primeras declaraciones tras superar una durísima enfermedad, el término ha alcanzado una mayor y más importante significación.

Si bien es cierto que hay un dicho que reza "segundas oportunidades nunca fueron buenas", resulta incontestable que es una verdadera suerte poder disponer de una segunda oportunidad, sobre todo si tenemos en cuenta que determinadas circunstancias de la vida impiden una vuelta atrás.


Como no siempre tenemos la posibilidad de gastar un mulligan, debemos aprovechar aquellos que nos regala el destino, más si tenemos en cuenta que el hombre es el único animal capaz de tropezar dos veces, incluso más, contra la misma piedra. Ya hablamos aquí del arte de saber elegir, ahora se trata de volver la vista atrás, desandar el camino andado y tal vez recuperar ese camino antes desechado.

Ayer, Pilar Rahola, en el programa radiofónico de Julia Otero, definió el divorcio como "la conquista del derecho a equivocarse". No tengamos miedo a elegir, hagámoslo pues, confundámonos y, si podemos, gastemos un mulligan.