jueves, 28 de mayo de 2009

Galería de recuerdos (I)

Al borde de la cuarentena, no por aislamiento preventivo si no por dni, intentaré dedicar los viernes a bucear en mi memoria a la búsqueda de sensaciones de mi infancia y juventud en forma de imágenes, olores, sonidos. ¡Ahí va el primero!

Me acuerdo perfectamente de mi pizarra, de los pizarrines con los que escribía y que gastaba a un ritmo que mis padres no podían entender: "¿los acabas de comprar y ya los tienes así de pequeños?". Recuerdo perfectamente ir a comprarlos a la antigua librería Horna, aquel mostrador que me parecía altísimo y todas esas estanterías repletas de cosas, de libros. Todavía soy capaz de imaginar aquella escena y de ponerle cara al dueño. Es más, puedo rememorar también la textura de los pizarrines, el ruido que hacían al escribir sobre la pizarra. Todavía persiste en mi cabeza la imagen de la jabonera blanca de rayas con una esponja amarilla dentro con la que limpiábamos la pizarra cuando habíamos terminado nuestras tareas.

El colegio público "Jacinto Benavente", la clase de párvulos, mi maestra "María Antonia" a la que tanto le debo pues nos enseñó desde bien pequeños a ser responsables y a la que nos gustaba visitar de más mayores. Eso le hacía inmensamente feliz pues podía comprobar, de primera mano, que aquellos chicos de 3 y 4 años que habían pasado por su clase íbamos creciendo sin torcernos.

Cuando la profesora faltaba alguna vez, alumnas más mayores venían a cuidarnos y, algunas veces coincidía que eran mis hermanas y yo, en ese momento, me sentía el chico más importante del mundo. Nos metíamos debajo de los pupitres a comer el bocadillo. Vestíamos bombachos y teníamos las piernas llenas de moratones. No dábamos tregua a los babis pues casi todos los días debían ser remendados por nuestras madres. Hoy un siete, mañana un bolsillo, todos los días algún botón...

Y a ustedes, ¿también esa pizarra les trae recuerdos?

viernes, 22 de mayo de 2009

Un, dos, tres... ¡Acción!


inhibir:

1. Impedir o reprimir el ejercicio de facultades o hábitos.

...

5. Abstenerse, dejar de actuar.

6. Echarse fuera de un asunto o abstenerse de entrar en él o de tratarlo.


¿Cuánto silencio?, ¿cuántas palabras nunca llegaron a cruzar nuestros labios?, ¿cuántas opiniones nos hemos guardado?, ¿cuántas veces nos escondemos detrás de otros para no actuar?

Esta inhibición, llevada al extremo, condujo a Kitty Genovese, una camarera neoyorkina de 28 años, a la primera página de los periódicos de la época, a inspirar una teoría psicológica y a convertirse, sin quererlo, en un icono de la apatía que sufre nuestra sociedad sobre todo en las grandes ciudades.


En la madrugada del 13 de marzo de 1964, Kitty encontró la muerte en una calle de Nueva York. Hasta aquí nada raro, ¿verdad?... Desgraciadamente estamos acostumbrados a que este tipo de noticias inunde las hojas de nuestros periódicos y llene minutos en televisión. Además, la acción se sitúa en Estados Unidos, ¿qué hay de extraño entonces?

El asesinato de Kitty fue toda una agonía pues el homicida la atacó hasta en tres ocasiones diferentes, en algo más de treinta interminables minutos, mientras la víctima gritaba con la esperanza de que alguien la oyera. Los agentes de policía al interrogar a los vecinos enseguida se percataron de que varias personas habían presenciado los ataques y habían escuchado sus gritos de auxilio , pero ¿por qué no la habían ayudado?, ¿por qué nadie había llamado a la policía?

La respuesta que dieron fue muy simple, todos ellos dieron por sentado que "otro" habría llamado ya. La triste realidad es que ninguno levantó el telefóno y Kitty Genovese no pudo recibir la ayuda esperada.

Este triste acontecimiento supuso el origen de lo que Latané y Darley llamarían "Teoría de la difusión de responsabiliad".

Normalmente nuestra inhibición, o falta de acción, no tiene unos resultados tan catastróficos, sin embargo, la realidad es que muchas veces nos cuesta actuar. Preferimos que sean otros los que levanten la voz o actuen (vecinos, compañeros de trabajo, amigos, etc.), quedando nosotros en un "tranquilo" segundo plano.

Sólo determinadas situaciones, diferentes para cada uno de nosotros, nos hacen levantarnos, movernos, protestar, opinar, regañar, decir no o gritar basta...

Cuando el tiempo comienza a pasar te das cuenta que es mucho mejor actuar que inhibirse, pues resulta grato intentar dejar huella y construir un camino antes de que sea demasiado tarde.

jueves, 21 de mayo de 2009

Fin del trayecto



Con lágrimas en los ojos doy mi último adiós a alguien que se cruzó en mi camino en varias ocasiones y, con impotencia, intento buscar una explicación a semejante sinrazón.

Es muy duro asistir a cómo una jugada de la vida, en forma de enfermedad, borra para siempre un montón de sueños, ilusiones, proyectos y caminos por recorrer.

Nuestras huellas nunca más se volverán a cruzar pero en mi corazón intentaré guardar aquellas que dejamos juntos.

Adiós, Luis.

jueves, 14 de mayo de 2009

Una mirada atrás




No siempre tenemos la suerte de caminar sobre la arena y poder dejar nuestra huella, marca que sirve tanto como testimonio de paso como de recordatorio del camino elegido. Por suerte o por desgracia la vida está repleta de caminos asfaltados, pozos, montañas, valles, puentes y demás obstáculos que debemos ir sorteando y que a veces no dejan huellas tan claras.

Gracias a que ciertos caminos son de tierra pasamos por la vida dejando huellas, algunas en nuestro entorno y otras reflejadas en nuestros compañeros de viaje de los que ya hablamos aquí. ¡Qué triste sería una existencia solitaria en la que nuestra vida nunca se cruzara con la de otra persona!

No todas las huellas resultan visibles, ni tienen la misma profundidad y, por supuesto, tampoco nos permitan emprender caminos de vuelta. De unas y otras también hablaremos aquí.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Compañeros de viaje



Ayer, con ocasión del "XX Festival de Títeres y Marionetas" que se desarrolla estos días en Zamora y mientras contemplaba como una de mis hijas asistía sorprendida a una representación de marionetas a cargo de un grupo llegado desde la república de Benin, intentaba imaginar qué itinerario o peripecia vital había traído a esas personas hasta aquí.

Más allá de esa manía u obsesión confesable por tratar de imaginar cómo será la vida de esas personas que viven en ambientes tan diferentes al nuestro, la situación me hizo recuperar el interés por unos personajes tan importantes en la vida de cada uno: los compañeros de viaje.

Desde el mismo momento de nuestro nacimiento, después de ese primer choque con el mundo, nos damos cuenta que no estamos solos, por lo menos una persona está unida a nosotros. Esa relación podrá durar minutos o toda una vida, pero ya te marcará un camino.

¡Qué determinante es el lugar en el que ves por primera vez la luz y qué importante es esa persona que te trae el mundo! No es lo mismo nacer en una aldea africana, un pueblo indio, un campamento de refugiados o una ciudad nórdica. Tampoco lo es que tu madre opte por permanecer contigo o te abandone, te cuide, te mime, te quiera o, por alguna razón, no pueda hacer ninguna de esas cosas.

Si el azar nos ha puesto en un punto determinado de este inmenso planeta también nos ha colocado dentro de una primera "familia". Como dice el dicho popular: "la familia nos viene impuesta y los amigos los elegimos nosotros". Pues bien, tanto unos como otros, al igual que otras personas y personajes que nos acompañarán o pasarán, en mayor o menor medida por nuestras vidas, algunos elegidos y otros impuestos, todos, absolutamente todos ellos, serán nuestros compañeros de viaje.

Si intentamos entender la existencia como un continuo viaje nos daremos cuenta enseguida que que nuestra vida no sería la misma sin ellos: padres, hermanos, abuelos, tíos, primos, vecinos, amigos, compañeros de estudio y de trabajo, parejas, jefes, etc. Es más, de la misma forma, sus vidas también serían distintas si nosotros no nos hubiéramos cruzado en su camino.

En cuanto el círculo de compañeros de viaje se estrecha más importantes resultan, pues no hay nada más doloroso que tratar de imaginar la vida de tus seres queridos sin tí (esos hijos sin tus cuentos o esa pareja sin tus besos).

De algunos compañeros de viaje tendremos ocasión de hablar aquí, pero esa, esa será otra historia.

martes, 12 de mayo de 2009

El arte de saber elegir




Hay mucha gente a la que le cuesta tomar decisiones, no por pereza o por economía neuronal si no, más bien, por miedo a equivocarse. Todos nosotros debemos tomar decisiones continuamente, desde que ponemos el pie en el suelo por la mañana hasta que despedimos el día. Algunas de ellas son intrascendentes, como elegir sobre la marcha lo que vamos a desayunar, lo cual hacemos casi inconscientemente. Otras, sin embargo, requieren mayor concentración y nos arañan algo más de tiempo: "cruzamos la calle o no", "¿nos da tiempo a adelantar?", aunque casi son automáticas. Por último, las decisiones realmente importantes, esas que pueden condicionarnos toda una vida: "¿qué estudiar?", "perseguir o no un amor", "atreverte a decir no o a gritar basta", "rechazar un trabajo", "formar una familia" nos exigen sopesar los pros y los contras, valorar las consecuencias de tomar una u otra alternativa, ordenar prioridades, etc.

Elegir se convierte pues en un acto cotidiano pero que algunos elevan a la categoría de arte, ¿exagerado? No, no tanto, no crean. Seguro que en sus cabezas se esconde el nombre de alguien conocido a quien la "suerte" o el "estar en el sitio justo en el momento oportuno" les cambió la vida. Sin embargo, tal vez, debajo de esa buena estrella se esconda una sabia elección.

Si imaginamos nuestra vida como una especie de laberinto y conseguimos mirarlo desde arriba, comprobaremos de un vistazo que hemos encontrado la salida, nuestro presente, después de múltiples elecciones, de infinidad de pequeños caminos que hemos ido tomando.

Atrás quedan puertas por abrir, senderos por explorar, atajos, trenes perdidos y un sinfín de oportunidades que se quedaron en el camino, algunas de ellas consecuencia de no saber elegir, de no tomar la decisión correcta, de dejarnos llevar por miedos, inseguridades, falta de información o de valentía.

En el otro extremo, las decisiones acertadas, normalmente más presentes en nuestra memoria y que, aunque no repasemos a menudo, si es verdad que nos llenan de satisfacción al recordarlas: "vivir donde queríamos", "decidir perdonar por mantener una buena amistad", "elegir a nuestro compañero de viaje", "denunciar una injusticia", "formar una familia", "defender al débil"...

Pero, ¡cuidado!, no todo es tan sencillo como parece. Echemos un vistazo, después de más de medio siglo de vida, a la teoría de la disonancia cognitiva de Festinger:

- Después de una importante decisión, nuestros pensamientos positivos tienden, inconscientemente, a reforzar la opción elegida, mientras asignamos, también automáticamente, los aspectos negativos a la desechada. Con un ejemplo lo comprobaremos enseguida: si dudamos mucho entre comprarnos dos modelos de coche, una vez que nos hayamos decidido por uno, tenderemos a valorar los aspectos positivos que tenía esa opción (mayor potencia, mejor seguridad, etc.) y, consecuentemente, infravalorar los aspectos negativos (por ejemplo el precio o el consumo). De esta forma, el coche que se quedó en el concesionario estará repleto de aspectos negativos (peor relación calidad-precio o menor potencia) y menos positivos (la escasa diferencia en el maletero es insignificante).

- Es más, una vez tomada la decisión, filtraremos las nuevas informaciones que nos lleguen, de tal forma que seleccionaremos aquellas que corroboren nuestra opción: "ha sido elegido coche en Europa".

- Es decir, la teoría viene a señalar que los seres humanos somos tan "débiles" que no soportaríamos la tensión que nos produciría ser conscientes de haber tomado la decisión equivocada, se produciría una disonancia, de ahí el nombre de esta teoría psicológica.

Pues bien, de esos otros caminos pretendo hablarles aquí. Mientras tanto, estoy convencido de que todos nosotros nos hemos preguntado alguna vez, ¿qué hubiera sido de mí si...?

Tal vez la felicidad sea el arte de saber elegir

lunes, 11 de mayo de 2009

Una vida repleta de besos




¿Qué besos nos han traído hasta aquí? Detrás de la mayoría de ellos hay una historia...

Aquél primero que me atreví a dar sin necesidad de que fuera con motivo de acompañarte a casa

El largo, larguísimo, ese que te dejaba la mandíbula con agujetas

El infiel, causante de muchas peleas y, la mayoría de las veces, insignificante

El anhelado, que nunca me he atrevido a darte

El de una madre cuando vuelves a casa

El amargo, ese que no consigues olvidar

El convencional, cuando la educación vence al corazón

El que sella una convivencia y fija un rumbo

El de tus hijos, ese que tanto reconforta

El que necesito en silencio y a veces tardas en darme

Y ustedes, ¿qué hay detrás de sus besos?, ¿se acuerdan del primero?, ¿cuál les ha costado más dar?, ¿alguno les ha marcado la vida? Espero sus comentarios

Un beso