lunes, 30 de noviembre de 2009

Tras los pasos de...



El ser humano parece programado para seguir un viaje predeterminado genéticamente. Los hombres, a lo largo de la historia, han intentado dejar su legado y su impronta allí por donde ha pasado. Si miramos a nuestro alrededor enseguida nos daremos cuenta que estamos rodeados de huellas, muchas de las cuales constituyen un auténtico patrimonio (libros, cuadros, estatuas, monumentos, edificios, efemérides).

Sin embargo, son innumerables los senderos que, una y otra vez, un gran número de personas están dispuestas a seguir. Esa mirada hacia el pasado debe estar íntimamente ligada a nuestros genes, pues el hombre, todavía hoy, dedica gran parte de su tiempo y de sus esfuerzos a bucear en el pasado, a rastrear en busca de vestigios, de pistas que nos permitan conocer respuestas y plantearnos nuevas preguntas.

Pero innovar, esa palabra tan de moda de la que parece pender nuestro destino, supone mirar hacia delante. Sólo una pequeña parte de personas, en cada periodo histórico, un grupo de elegidos, se han salido de los caminos ya marcados para tratar de dejar sus propias huellas: desde Galileo a Darwin, pasando por aventureros que se adentraron en África o exploraron los polos, hasta Einstein o Armstrong.

Por supuesto que a todos nos gustaría descubrir, abrir nuevos caminos, encontrar originales respuestas, innovar. Sin embargo, la mayoría de nosotros nos tendremos que conformar con seguir los caminos que marcaron otros, ese “ir tras los pasos de”. En muchas ocasiones, es la lectura de esas grandes gestas, de esa especie de aventura del saber, la que nos guía instintivamente hacia esos destinos. Intentamos comprobar in situ, aquellas aventuras que ya vivieron otros en primera persona y, de esta forma, enfrentar la realidad a todo aquello que hemos ido imaginando y anhelando.

Para unos será un lugar sagrado, para otros la tumba de su escritor o cantante favorito, para otros un viaje al continente negro o a la Antártida. Algunos, simplemente, se limitarán a seguir los pasos de un científico, un literato o un arquitecto, mientras otros seguirán excavando montones y montones de tierra en busca de antiguas señales. Desde gigantescos proyectos que implican volver a la luna hasta pequeñas locuras como tratar de desenterrar una botella de whisky abandonada por la expedición de Shackleton.

Cuando aquella tarde, después de muchos años de estudios y experimentos, un famoso científico descubrió en su laboratorio cómo se comportaba el interior de las estrellas, dejó todo, cogió su ropa y fue a buscar a la que todavía por aquella época era su novia. Cogidos de la mano, dieron un largo paseo mientras la noche invadía el cielo. El aprovechó la oportunidad para susurrarle al oído: “sabes una cosa: soy la única persona en el mundo que sabe por qué brillan las estrellas”. Después de un tiempo y no sé sabe si como consecuencia de aquellas palabras, el científico y la mujer decidieron compartir su vida.

Busquemos también nosotros una estrella y si no la encontramos, contemplemos el resto, siempre habrá alguien dispuesto a descubrirla para que los demás podamos admirarla.

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