miércoles, 17 de junio de 2009

¿Nos conocemos?

¿Hasta qué punto nos conocemos a nosotros mismos?, ¿sabemos lo que seríamos capaces de hacer en determinadas situaciones?, ¿somos conscientes de nuestros propios límites?

Algo en nuestro cerebro nos puede hacer "saltar" en un momento determinado, despertando nuestros instintos más primigenios y revelándonos como seres primarios, más básicos de lo que pensamos. Lógicamente, ese punto concreto que separa la cordura de la locura, lo correcto de lo incorrecto, lo moral de lo inmoral, lo salvaje de lo civilizado, varía con cada persona. Sin embargo, hoy les traigo un famoso experimento que nos sorprenderá, proporcionándonos una imagen de nosotros mismos que no nos gustaría ver reflejada en un espejo.

En 1971, Philip Zimbardo en la Universidad de Stanford realizó un estudio de psicología social que conmocionaría a la comunidad científica durante mucho tiempo y que pondría en tela de juicio los criterios éticos que deben guiar la realización de estudios con personas.

Como en casi todos los experimentos científicos, se reclutó a voluntarios sin que supieran exactamente el objeto de estudio, que en este caso, y grosso modo, pretendía averiguar las causas de la violencia en los centros penitenciarios estadounidenses. A través de anuncios en los periódicos y bajo la promesa de una paga de 15 dólares, se seleccionó a 24 sujetos universitarios, sanos y estables psicológicamente, distribuyéndolos en dos grupos que debían representar los roles de prisioneros y de guardianes dentro de una prisión ficticia y durante 15 días.

Para facilitar la identificación con el rol correspondiente:
  • los guardianes recibieron ropa militar, una porra, gafas de sol de espejo (para impedir el contacto visual con los prisioneros), trabajarían a turnos y podían volver a su casa en las horas libres.

  • los prisioneros debían vestir únicamente batas con un número bordado (por el que se les llamaría), no llevarían ropa interior, calzarían unas sandalias incómodas y arrastrarían un trozo de cadena atada a sus pies. Lógicamente, a este grupo no le estaba permitido salir de su "prisión" (un sótano de la universidad acondicionado al efecto).
Estaba prohibido utilizar la violencia física pero los guardianes debían dirigir la prisión de la forma que considerasen oportuna. En cuanto a los prisioneros, fueron arrestados en sus casas por policías de verdad y tuvieron que pasar por comisaría y realizar todos los trámites necesarios, como cualquier otro detenido , antes de ingresar en la prisión ficticia.


Ocho dias antes de lo esperado el experimento tuvo que ser suspendido. Dejemos que el propio Zimbardo nos lo explique con sus propias palabras:

“Al final de los seis días fue necesario cerrar nuestra prisión de pacotilla, porque lo que vimos era aterrador. Ya no estaba claro, ni para nosotros ni para la mayoría de los sujetos, dónde acababan y dónde empezaban los papeles. En efecto, la mayoría se habían convertido en “prisioneros” y “guardianes” incapaces de diferenciar nítidamente entre ese personaje y su yo. Se produjeron cambios dramáticos en casi todos los aspectos de su conducta, su pensamiento y su afectividad. En menos de una semana, la experiencia de encarcelamiento deshizo (temporalmente) toda una vida de aprendizaje; los valores humanos se suspendieron, quedaron conmovidos los autoconceptos, y emergió el lado más vil, feo y patológico de la naturaleza humana. Quedamos aterrorizados porque vimos a algunos muchachos (“guardianes”) tratar a otros como si fueran despreciables animales, recreándose en la crueldad, mientras otros muchachos (“prisioneros”) se conviertieron en robots serviles y deshumanizados que sólo pensaban en escapar, en su propia supervivencia individual, y en su creciente odio a los guardianes.”

Si Thomas Hobbes levantara la cabeza se reafirmaría en su opinión de que “el hombre es un lobo para el hombre”.

Tal vez esta imagen de nosotros mismos no sea de nuestro agrado, pero seguro que casi todos somos capaces de pensar rápidamente en las implicaciones que este estudio tiene en diferentes ámbitos de nuestra vida (mobbing, ideologías, sectas, cárcel de Abu Ghraib, etc.)

Este tránsito de la inocencia a la maldad, del cordero al verdugo, ha sido recogido por el propio Zimbardo en su libro "El efecto Lucifer", en el que detalla todo lo relativo a aquel experimento a la vez que trata de dar respuesta a la pregunta ¿por qué los chicos buenos hacen cosas malas?

¿No éramos seres civilizados? Volveremos sobre el tema

2 comentarios:

Isabel Martínez Rossy dijo...

Siempre he pensado que no podemos saber (por muy bien que creamos conocernos o por mucho que digamos "yo jamás haría eso") cómo reaccionaríamos ante situaciones "límite".Estoy segura de que ante una situación de riesgo para un hijo haríamos cualquier cosa, lo defenderíamos a dentelladas, si fuese necesario ¿o no?... Todos creemos conocernos, pero si cambian nuestras cisrunstancias habituales nos sorprendería ver de qué somos capaces.
Muy interesante, Náufrago, da qué pensar

Náufrago dijo...

Isabel, es verdad que todos, y digo todos, seríamos capaces de hacer cosas que ni imaginábamos. Cada uno por unas razones, cada uno en determinadas situaciones.

Nos creemos situados en lo alto de la pirámide (nunca mejor dicho, ¿verdad?) y, cuando conocemos cosas como ésta, o cifras del grado de homogeneidad de nuestros genes con otros seres como moscas o plantas, nos damos cuenta de que no somos tan diferentes a otros animales y tampoco a nuestros antepasados cavernícolas.