jueves, 18 de febrero de 2010

Galería de recuerdos (III)



¡Quedes cotos y terrenos con güa o sin güa!

No, no se alarmen, todavía no me he vuelto loco ni he conseguido expresarme en otro idioma que no sea el castellano. Simplemente les traigo algunos recuerdos de mi infancia de la mano de aquellos juegos de canicas que nos tenían entretenidos en la calle durante horas y horas. ¡Qué pena me dan los niños de hoy que no pueden disfrutar de los juegos en la calle!

Volvamos a finales de los 70. Varios son los juegos de canicas a los que se podía jugar.

El más simple era "el chiquilín-güa". Se hacía un agujero (gua) en la arena, en aquella época había muchos lugares sin asfaltar, tanto cerca de casa como del colegio, y luego, cada jugador plantaba su bola en un lugar, normalmente ligeramente escondida para que a los rivales les fuera más difícil acertarle: detras de un montículo de arena, detrás de una piedra, etc.

El güa se utilizaba como comodín, es decir, se podía intentar acercar a la bola del rival, pasando primero por el güa; de esta forma, el turno continuaba y se podía atacar mejor a la canica del enemigo. Una vez en el güa se podían pronunciar las palabras mágicas que comenzaban esta entrada y que significaban que en ese momento, el jugador rival tenía que quitar los obstáculos que tapaban su bola para dejarla más expuesta.

El juego consistía en acertar con tu bola a otra de un rival (chiquilín) y luego, inmediatamente y desde la posición en que hubiera quedado, meter tu bola en el güa. De esta forma se conseguía ganar al rival una canica, dos, tres... o el número que se hubiera fijado antes de la partida.

En este punto, es preciso recordar que existían una serie de normas de caballeros: reglas no escritas que, por ejemplo, aconsejaban que no te podías marchar para casa cuando estabas ganando sin darle la oportunidad a tu rival de recuperarse de su pérdida de canicas. Tampoco se permitía "meter morro", que era acercarse más de la cuenta a la bola rival en el momento de tirar con la nuestra.

Varias eran las formas de tirar con la bola, la primera, más antigua (pues era la aconsejada por los padres) consistía en cerrar el puño y con el pulgar doblado ligeramente hacia dentro, por debajo del índice, colocar encima de aquél la bola y desplazándo el pulgar hacia fuera permitir que la bola saliera despedida con fuerza.

Otra forma, más moderna y habitual entre los niños de la época, era ayudándose de la mano izquierda, para los diestros, levantar ésta del suelo, en un ángulo de 90º aproximadamente (más sería meter morro), únicamente apoyándose en el meñique y apoyar en el pulgar de la mano izquierda: la canica, y el pulgar de la mano derecha, en el que a su vez se apoyaba el índice de la mano derecha, que era el que impulsaba la bola.

Había tardes que salías con tu bolsa de tela, que te había hecho tu madre, repleta de canicas y volvías a casa sólo con unas cuantas. Los padres intuían el contenido de la bolsa únicamente al observar la expresión de la cara con la que uno volvía a casa. Luego venían los recordatorios ("te he dicho que no juegues con mayores"), o las preguntas ("pero cuantas has perdido hoy").

Otras veces, las menos, la sonrisa al volver a cenar delataba un aumento considerable del tamaño de la bolsa, convirtiéndose en el momento oportuno para comentar con la familia la partida: amigos a los que se había despeluchado, jugadas irrepetibles u horarios de futuros enfrentamientos. Y ya de puestos, fruto del optimismo, solicitar a mamá la realización de una nueva bolsa más grande.

En cuanto a los materiales de las canicas, empezaron siendo de cristal, las había que en su interior tenían dibujos y otras, más modernas, que eran monocromáticas y con aspecto de cristal traslúcido o ahumado. Más tarde llegarían las bolas que llamábamos de "nacar", que eran algo así como de porcelana blanca con dibujos. Pero eso sí, cuando realmente querías causar daños irreparables en las canicas de tu rival sacabas las bolas de acero, normalmente provinientes de rodamientos. Un buen chiquilín con una bola de acero sobre una de cristal producía en esta daños irreparables, se desprendía parte del cristal y esa bola ya no volvía a ser la que había sido.

Cada uno normalmente teníamos dos ó tres canicas preferidas, esas que nunca nos apostaríamos, bregadas en mil partidas, adaptadas a nuestros dedos como un guante y gracias a las cuales nuestro pequeño patrimonio de bolas iba aumentando.

El otro juego de canicas más popular en aquellos años era "la condena" consistía en un círculo dibujado en el suelo con un palo, la uña o la yema del dedo, dependiendo de la dureza de la tierra, en el que cada jugador dejaba el mismo número de bolas, que eran las que se iban a apostar. A cierta distancia (8 ó 10 mts.) se dibujaba una línea desde la que se realizaba la primera tirada. El orden se establecía tirando anteriormente hacia esa línea y el que más cerca quedara salía el primero. El juego consistía en irse acercando, en cuantas menos tiradas mejor, hacia el círculo, con el objetivo de sacar de un chiquilín cuantas más bolas de la condena, mejor. Si al tirar, la bola propia quedaba dentro del círculo al intentar sacar otra, perdías el juego y también la bola con la que estabas tirando. En caso de acertar el turno pasaba al siguiente jugador. El juego acababa cuando no quedaba ninguna canica dentro del círculo o todos los jugadores perdían.

4 comentarios:

Isabel Martínez Rossy dijo...

Yo no sabía jugar (no era "cosa de niñas", según aquellas clasificaciones tan categóricas de los juegos en aquellos tiempos, ya sabes), pero algunas canicas me parecían preciosas y me lo siguen pareciendo... tengo algunas en casa como objeto decorativo

Navegante dijo...

Isabel, yo también viví aquellas diferencias en los juegos por razón del sexo. Es más, participar en los juegos de las chicas, cosa que por otro lado siempre me ha gustado y no penséis mal, ponía en grave riesgo tu virilidad. Sin embargo, a mí me encantaba jugar a las tabas, a la goma, a la comba, al pañuelo, al pañuelo por detrás... y no sólo a la tula, al rescate, a la bombilla, a churro-va, al fútbol...

Lástima que hoy en día los peques se dediquen, en su mayor parte, a las consolas (grandes y de bolsillo), a los ordenadores, a los juegos con el móvil, etc., etc.

Luis Irles dijo...

Precioso y conmovedor texto sobre un juego que a mí me apasionaba y del que me consideraba un auténtico campeón. Muchas gracias por haberme hecho pasar un momento tan delicioso: ¡cuántos recuerdos me ha traído su lectura!
La calidad que hay en tus escritos es innegable. Te felicito muy sinceramente.
Un cordial saludo,
Luis

Náufrago dijo...

Querido Luis, muchas gracias por tu comentario. Me alegro que este pequeño texto te haya traído gratos recuerdos de la infancia.

Los niños que disfrutamos jugando y creciendo en la calle, durante aquellos maravillosos años, tenemos muchas historias que contar. Yo por mi parte, trato de contarles algunas de las vividas en primera persona y estoy convencido que otros juegos nos visitarán aquí en el futuro.