Hay mucha gente a la que le cuesta tomar decisiones, no por pereza o por economía neuronal si no, más bien, por miedo a equivocarse. Todos nosotros debemos tomar decisiones continuamente, desde que ponemos el pie en el suelo por la mañana hasta que despedimos el día. Algunas de ellas son intrascendentes, como elegir sobre la marcha lo que vamos a desayunar, lo cual hacemos casi inconscientemente. Otras, sin embargo, requieren mayor concentración y nos arañan algo más de tiempo: "cruzamos la calle o no", "¿nos da tiempo a adelantar?", aunque casi son automáticas. Por último, las decisiones realmente importantes, esas que pueden condicionarnos toda una vida: "¿qué estudiar?", "perseguir o no un amor", "atreverte a decir no o a gritar basta", "rechazar un trabajo", "formar una familia" nos exigen sopesar los pros y los contras, valorar las consecuencias de tomar una u otra alternativa, ordenar prioridades, etc.
Elegir se convierte pues en un acto cotidiano pero que algunos elevan a la categoría de arte, ¿exagerado? No, no tanto, no crean. Seguro que en sus cabezas se esconde el nombre de alguien conocido a quien la "suerte" o el "estar en el sitio justo en el momento oportuno" les cambió la vida. Sin embargo, tal vez, debajo de esa buena estrella se esconda una sabia elección.
Si imaginamos nuestra vida como una especie de laberinto y conseguimos mirarlo desde arriba, comprobaremos de un vistazo que hemos encontrado la salida, nuestro presente, después de múltiples elecciones, de infinidad de pequeños caminos que hemos ido tomando.
Atrás quedan puertas por abrir, senderos por explorar, atajos, trenes perdidos y un sinfín de oportunidades que se quedaron en el camino, algunas de ellas consecuencia de no saber elegir, de no tomar la decisión correcta, de dejarnos llevar por miedos, inseguridades, falta de información o de valentía.
En el otro extremo, las decisiones acertadas, normalmente más presentes en nuestra memoria y que, aunque no repasemos a menudo, si es verdad que nos llenan de satisfacción al recordarlas: "vivir donde queríamos", "decidir perdonar por mantener una buena amistad", "elegir a nuestro compañero de viaje", "denunciar una injusticia", "formar una familia", "defender al débil"...
Pero, ¡cuidado!, no todo es tan sencillo como parece. Echemos un vistazo, después de más de medio siglo de vida, a la
teoría de la disonancia cognitiva de Festinger:
- Después de una importante decisión, nuestros pensamientos positivos tienden, inconscientemente, a reforzar la opción elegida, mientras asignamos, también automáticamente, los aspectos negativos a la desechada. Con un ejemplo lo comprobaremos enseguida: si dudamos mucho entre comprarnos dos modelos de coche, una vez que nos hayamos decidido por uno, tenderemos a valorar los aspectos positivos que tenía esa opción (mayor potencia, mejor seguridad, etc.) y, consecuentemente, infravalorar los aspectos negativos (por ejemplo el precio o el consumo). De esta forma, el coche que se quedó en el concesionario estará repleto de aspectos negativos (peor relación calidad-precio o menor potencia) y menos positivos (la escasa diferencia en el maletero es insignificante).
- Es más, una vez tomada la decisión, filtraremos las nuevas informaciones que nos lleguen, de tal forma que seleccionaremos aquellas que corroboren nuestra opción: "ha sido elegido coche en Europa".
- Es decir, la teoría viene a señalar que los seres humanos somos tan "débiles" que no soportaríamos la tensión que nos produciría ser conscientes de haber tomado la decisión equivocada, se produciría una disonancia, de ahí el nombre de esta teoría psicológica.
Pues bien, de esos otros caminos pretendo hablarles aquí. Mientras tanto, estoy convencido de que todos nosotros nos hemos preguntado alguna vez, ¿qué hubiera sido de mí si...?
Tal vez la felicidad sea el arte de saber elegir
4 comentarios:
En un laberinto suele haber un único camino, el que conduce a la salida y que es el único correcto. En la vida, cada encrucijada de caminos nos conduce a una salida diferente y todas pueden ser igual de correctas.
Me pregunto muchas veces hasta qué punto "elegimos"...Creo que nuestra naturaleza, las circunstancias y las opciones que van surgiendo limitan bastante los caminos a tomar. Quizás se trata de apurar y disfrutar el que, por un motivo u otro, hemos tomado.
Isabel, yo creo que sí elegimos, constantemente, aunque haya situaciones que nos dejen escaso margen de maniobra. Sobre algunas de ellas intentaré hablar en breve. No sé si será por la edad pero ahora mismo me gusta dedicar algo de tiempo a mirar atrás, a rebuscar en el pasado,a jugar a imaginar...
Saber elegir podría ser un acto de conciencia. Aunque nuestra conciencia, en apariencia, no juegue de nuestro lado.
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